Ejército y espionaje: las opciones del Presidente
Reconocer que el ejército espía y actuar en consecuencia el único camino decente abierto para el Presidente.

Por Antonio Salgado Borge
La persona que funge como enlace técnico de la comisión que investiga la ‘Guerra Sucia’, dependiente de la Secretaría de Gobernación, ha sido espiado con el software Pegasus en este sexenio. Esta información, dada a conocer por The Washington Post, se suma al hecho, reportado por The New York Times, de que el sub-secretario Alejandro Encinas también ha sido víctima del mismo malware.
No estamos ante hechos aislados. El espionaje a estos funcionarios, ambos encargados de investigar los abusos del poder militar y político en México, se enlaza con una cadena significativa documentada con amplitud y solidez por Aristegui Noticias en la investigación #EjércitoEspía. Durante el actual gobierno organizaciones defensoras de derechos humanos, activistas y periodistas han sido espiados por el ejército.
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Aunque el espionaje a cualquier persona es un delito grave, cuando éste es dirigido a funcionarios, a activistas o a periodistas tendrían que retumbar con mayor intensidad las señales de alarma. Este es el caso porque estamos ante individuos que desempeñan roles clave en la arena política. En consecuencia, su intimidación, chantaje o amenaza, tienen un impacto en la vida pública de millones de mexicanas y mexicanos y transcienden la esfera privada.
Ante este escenario, una vía para el Presidente consiste en buscar diluir su responsabilidad. Y me parece que lo puede hacer eligiendo de entre una baraja conformada por cinco opciones principales –las primeras tres han sido articuladas por AMLO públicamente, las dos últimas se han barajado extraoficialmente–. Vale entonces la pena ponerlas sobre la mesa y evaluarlas con detenimiento.
Opción 1
La primera opción consiste en alegar que los reportes sobre espionaje por medio de Pegasus han sido producidos por adversarios del Presidente con la intención de dañarle.
Esto es lo que se implica cuando se sugiere que las filtraciones de información del ejército conocidas como Guacamaya Leaks son resultado de una maniobra de la oposición y sus líderes. Lo mismo ocurre cuando se postula que los medios u organizaciones que difunden esta información son conservadores o enemigos del régimen.
Esta opción tiene dos problemas centrales. En primer lugar, muchas de las organizaciones que han trabajado en estas investigaciones, como Aristegui Noticias, Proceso, Article 19 o R3D han venido dando cuenta del espionaje o del uso de Pegasus al menos desde el sexenio de Felipe Calderón. Postular que ahora lo hacen porque son enemigos de AMLO implica querer borrar la historia de un plumazo.
En segundo lugar, aun si suponemos que todas estas organizaciones y medios buscan lesionar políticamente al Presidente, algo que es verdadero no deja de serlo cuando es documentado por un enemigo o por alguien despreciable. Por ejemplo, el hecho de que la Tierra gira alrededor del sol no es menos verdadero porque lo diga Adolf Hitler. En consecuencia, poner el reflector en el mensajero no quita validez al mensaje.
Opción 2
La segunda opción consiste en alegar que no estamos ante un caso de espionaje, sino de inteligencia.
El presidente adoptó inicialmente esta estrategia, implicando que estamos ante un mecanismo empleado para combatir al crimen sin disparos. Incluso la acompañó, como suele hacerlo, con una frase difícil de rebatir en abstracto: “la inteligencia es mejor que la fuerza”.
El problema es que lo anterior no explica por qué varios defensores de derechos humanos o su propio sub-secretario de gobernación han sido objetos de esta “inteligencia”. Uno esperaría que la “inteligencia” incluyese la capacidad de distinguir entre quienes se dedican a actividades criminales de quienes obviamente buscan defender a sus víctimas o reportar sus dificultades.
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A ello hay que sumar que el Presidente no aclaró el significado de la distinción entre “inteligencia” y “espionaje”. Esto es importante, pues a falta de una explicación esta distinción puede emplearse de forma tan arbitraria como afirmar que “cuando lo hacen los gobiernos neoliberales es espionaje, cuando lo hace mi gobierno es inteligencia”.
En todo caso, esta línea de defensa es insostenible. Tal como RD3 ha explicado, en México la inteligencia requiere de orden judicial y sólo puede ser llevada a cabo en condiciones que claramente no se cumplieron en este caso.
Opción 3
La tercera opción sobre la mesa implica reconocer que hay espionaje en México, pero alegar que el ejército no es quien espía.
Esto es lo que implicó el Presidente cuando reconoció el espionaje a Alejandro Encinas pero quiso desvincular al ejército. Sin embargo, hay dos maneras de mostrar que esta línea de defensa no se sostiene.
La primera es apelando a los principios. Supongamos, para fines del argumento, que no es el ejército quien espía. En este caso, el gobierno mexicano tiene la obligación de responder inmediatamente con toda la dureza que estos hechos ameritan emprendiendo una redada bien planeada para desarticular las redes de espionaje en México, y no simplemente desechar la historia. Pero esto claramente no ha sido el caso.
La segunda pasa por notar que si bien no se sabe si alguien más, aparte del ejército, adquirió este software, sabemos a ciencia cierta que el ejército lo hizo. También sabemos que diversos reportes estuvieron en manos de sus más altos mandos. Es decir, si bien puede ser cierto que no sólo el ejército mexicano espía, es un hecho que el ejército sí espía.
Opción 4
Otra posibilidad es argumentar que el ejército espía y AMLO lo sabe, pero que prefiere evadir el tema porque lo que ocurre es funcional para su proyecto.
Aunque esta opción no ha sido planteada explícitamente, un escenario de esta naturaleza sería consistente con la forma en que se ha empleado históricamente el espionaje en México y con la falta de interés o reacción que hemos visto en el Presidente.
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El problema, desde luego, es que este escenario implica que el Presidente está mintiendo cuando afirma, una y otra vez, que el espionaje es cosa del pasado y que esto no ha ocurrido durante su gobierno. Y, aunque en México parecemos estar acostumbrados, una mentira abierta y directa de un titular del ejecutivo tendría que estar sujeta a la más severa crítica y tener repercusiones políticas
A esto debemos añadir que tanto en el hecho mismo del espionaje como en su negación mentirosa, la diferencia entre este gobierno y los anteriores, una de las banderas que constantemente enseña el Presidente, terminaría completamente diluida.
Opción 5
La última opción disponible consiste en aceptar que el ejército espía y que AMLO sabe, pero alegar que prefiere evadir el tema porque en realidad no puede hacer nada al respecto.
Esta opción implicaría que, aunque AMLO se lo “tiene prohibido”, el ejercito espía de cualquier forma. Y, evidentemente, si este es el caso estaríamos ante un Presidente que ha perdido el control de las fuerzas armadas; un escenario que, además de escalofriante, es claramente inaceptable.
Conclusión
Es momento de hacer un corte de caja. Hemos revisado cinco posibles opciones que han sido o pueden ser empleadas para lavarse las manos ante los documentados casos de espionaje a manos del ejército: (1) alegar que esta información ha sido recopilada y difundida por sus adversarios; (2) postular que no hay espionaje sino inteligencia; (3) reconocer que hay espionaje en México, pero alegar que el ejército no es quien espía; (4) argumentar que el ejército espía y AMLO lo sabe, pero que esto no importa porque es funcional para su proyecto y (5) aceptar que el ejército espía y que AMLO sabe, pero alegar que prefiere evadir el tema porque en realidad no puede hacer nada al respecto.
Ninguna de estas opciones se sostiene o es medianamente presentable. Reconocer que el ejército espía y actuar en consecuencia es, por ende, el único camino decente abierto para el Presidente.

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