“En México hay muchas voces que no están representadas en el canon del arte contemporáneo”: Magali Lara

El Museo Universitario de Arte Contemporáneo dedica la retrospectiva ‘Cinco décadas en espiral’, al trabajo de la artista mexicana.

marzo 30, 2025 5:22 am Published by

Por Héctor González

 Magali Lara (Ciudad de México, 1956) ya llegó al memento de cosechar lo sembrado. En 2024 recibió la Medalla Bellas Artes y ahora el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), le dedica la retrospectiva Cinco décadas en espiral.

El montaje curado por Virginia Roy y Cuauhtémoc Medina se podrá ver del 5 de abril al 19 de octubre. Y hace un recorrido por las obsesiones de la artista. A través de distintas técnicas, se acerca a temas como la experiencia femenina contemporánea, la violencia o la identidad, con un lenguaje que se mantiene fresco y crítico.

 El año pasado le dieron la Medalla de Bellas Artes, ahora le dedican una retrospectiva en el MUAC. ¿Cómo vive este momento?

Quizás se debe a la edad. Ya estoy cerca de los setenta años. Supongo que las dos circunstancias que menciones están muy relacionadas con valorar o revalorar y reubicar lo que las mujeres artistas hemos hecho en los últimos 40 años. Para mí esto es lo más conmovedor e importante porque quiere decir que las cosas han cambiado desde que yo empecé a trabajar en los años 70. También creo que hay mayor apertura para entender otras voces que no son institucionales o que no lo fueron en un principio. Entonces, creo que ese es el doble mérito. La exposición en el MUAC es muy importante para mí, no solo porque estudié en la UNAM, sino porque el trabajo con los curadores, Virginia Roy y Cuauhtémoc Medina ha sido muy interesante. A Cuauhtémoc lo conozco desde que era jovencito, cuando trabajaba en el Carrillo Gil con Virginia Roy. Hemos colaborado en varios proyectos de modo que han hecho una lectura muy atenta y fina alrededor de mí trabajo.

¿Cómo ha cambiado el panorama para las mujeres artistas de cuando empezó a ahora?

Entre quiénes trabajábamos durante los setenta y ochenta había una red de mujeres trabajando, pero al final se nos infantilizaba, se nos trataba como menores de edad. Nuestros temas no importaban, el género, la sexualidad, la identidad o la vida cotidiana no eran grandes temas, se referían a nosotros como mujeres que pintan o que escriben. No se nos daba la categoría de artistas. Eso ha cambiado. Además, después de mi generación ha habido artistas muy importantes, fuertes y con un trabajo muy bueno. Sin embargo, es cierto que faltaba revisar a algunas artistas anteriores a los noventa para mostrar una genealogía más completa. Para mí es un honor ser parte de esa genealogía. La Medalla de Bellas Artes fue también un reconocimiento generacional, ahí estaban también Lourdes Almeida y Yolanda Andrade.

¿Cuál fue la mayor resistencia que encontraban durante los ochenta y cuál se mantiene, en términos de discriminación por ser mujeres?

La primera dificultad que enfrentábamos era al hablar de arte. Teníamos que hacer exposiciones de mujeres, pero en general conocíamos poco el trabajo de nuestras compañeras. Por otro lado, hacer exposiciones de mujeres era una manera de apartarse del canon, salvo una o dos excepciones. A nosotras siempre se nos pedía que habláramos de nuestra biografía. Por fortuna eso ha cambiado muchísimo. Cuando Teresa Margolles fue a la Bienal de Venecia no habló de su vida privada, sino la contundencia de su trabajo. En este momento lo que importa es entender que no solamente el tema de género es importante, sino también el de identidad, el de raza. En este México plural hay muchas voces que no están representadas en el canon del arte contemporáneo.

Precisamente uno de sus temas es la violencia, de hecho, para esta exposición realizó dos murales, uno de ellos es “La piel son nubarrones negros”.

No me considero una artista-activista que se dirige a un tema en específico y hace una especie de llamado. Mi lenguaje es más poético. Ambos murales son importantes: están hechos con carbón, porque creo que vivimos en una época donde hay mucha oscuridad. La violencia que hemos padecido ya por tantos años está impregnada en todos nosotros y no hay una especie de duelo nacional. No hay una manera de articular lo está pasando sobre todo con nuestros jóvenes. Los nubarrones tienen que ver con el predominio de la violencia. Necesitamos repensar y reconformar nuestras ideas, nuestra manera de actuar y de exigir claridad y luz. Me parece que las Madres Buscadoras son una esperanza, un ejemplo ético de la lucha y de la necesidad de poder honrar a nuestros muertos.

Sus reflexiones han ido también por el lado de los géneros y las herramientas del arte…

Empecé dibujando, para mí dibujar tiene que ver con el lugar más íntimo, pero cada determinado tiempo me interesa ensayar o experimentar cosas diferentes. Quizás la pintura fue, digamos, una decisión más radical en el sentido de que las mujeres de mi generación estaban más aficionadas al papel, tal vez por su fragilidad y porque era más barato. Cuando empecé a pintar, en los ochenta, quería hacer un tipo de pintura que tuviera una cuestión performática de un cuerpo femenino y heterosexual. Mi método de trabajo es similar al de un ensayista, hago una pregunta y a partir de ella exploro. Las decisiones técnicas tienen que ver con lo que necesito en términos materiales. Yo tengo una formación de artista gráfica por eso esta parte es muy importante por eso a veces hago grabados o libros de artista.

¿Qué ha aportado la poesía a su trabajo?

Mi primera vocación es ser lectora. En mi generación el pensamiento poético era muy poderoso y estaba muy prestigiado. Todo mundo quería ser poeta o fotógrafo. La posibilidad de que las palabras tengan fuerza me parece fascinante. Tuve la suerte de conocer a Carmen Boullosa, con la que he trabajado muchísimos años y siempre ha habido una relación muy respetuosa. El vínculo con la literatura me ha permitido vislumbrar otras maneras de entender la creación y la creatividad. De joven trabajé con Jesusa Rodríguez, Liliana Felipe, con Betsy Pecanins, y eso me dio muchas herramientas para poder abrir los temas.

Hace poco murió su hermano mayor, Hernán Lara Zavala, ¿cómo lo recuerda?

Le debo mucho a Hernán. En casa había pocos libros y discos, no obstante, mis papás fueron muy respetuosos del carácter de cada uno de nosotros. Además, fuimos muchos en casa. Hernán entró a estudiar letras cuando yo era todavía adolescente y tuvo la gentileza de dejarme llevar los libros de su biblioteca sin ningún tipo de censura. Hablar con él y escuchar sus discos me llevó a ser una lectora ávida. Creo que mi mamá tenía una parte muy creativa y nosotras nos dejó desarrollar nuestra habilidad, tanto ella como mi abuela pintaban. Tengo dos hermanas filósofas, un hermano interesado en la moda. Cada quien hizo su propio mundo y yo entendí que tenía que encontrar mis propias maneras de ser mujer y de hacer lo que quería. En San Carlos conocí a Jesusa, a Carmen, a Mónica Mayo, estuvimos cerca de las feministas de la revista Fem, Marta Lamas, Alaide Foppa y Martha Acevedo. Así fue como todo lo que parecía que era esta dificultad de hija rebelde en mi familia, de pronto tuvo una lógica. Formé parte de una generación que empezó a prepararse para romper esos moldes, muy amparados por una generación anterior, dentro de la que se encontraban Esther Seligson y Cristina Payán.

Si desde la edad que tiene ahora, le pudiera decir algo a la Magali Lara más joven, ¿qué sería?

Le diría que estuviera tranquila, que efectivamente tener una obsesión y vocación por el trabajo que haces es una enorme suerte.

¿Le diría que el mundo se pone mejor o peor?

Mitad y mitad. Estamos enfrentando un futuro muy incierto. Desde el cambio climático, que para mí es una obsesión. Vienen retos muy duros y difíciles. Por otro lado, hay mayor libertad entre las mujeres jóvenes y más entendimiento de por qué las mujeres necesitamos autonomía.

 

 

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