“La ficción es un ejercicio autobiográfico atravesado por máscaras”: Mónica Ojeda

La escritora ecuatoriana publica ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’, su nueva novela.

abril 28, 2024 1:39 am Published by

Por Héctor González

Corre el año 5540 del calendario andino. Noa huye de su Guayaquil natal con su mejor amiga, Nicole, para asistir al Ruido Solar, un macrofestival popular que anualmente congrega a miles de jóvenes. Al pie del volcán y en plena fiesta, ambas huyen del narco que azota su ciudad. En pleno espectáculo encuentran en la música una forma de canalizar y enfrentar sus miedos. Para Noa esta será la primera parada antes de ir al reencuentro del padre que la abandonó cuando era una niña y que desde hace años habita los bosques altos.

Con un ritmo marcado por las canciones citadas en la obra, la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) presenta Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Penguin Random House), una novela con muchas capas, mismas que tienen la capacidad de conectar con la realidad Latinoamérica y con el lector.

Desde hace varios años vives en España, ¿crees que tus libros se leen distinto en Europa que en América Latina?

Cuando los escritores latinoamericanos escribimos sobre aspectos de nuestras tierras, de cosas que nos son comunes, en ocasiones la gente del norte las lee en clave exotista porque les parece distinto o no sabían que existía. Muchas veces cuando se habla de ciertos escritores como yo, se advierte el peligro de caer en el exotismo y es verdad, pero también hay que entender que ese tipo de mirada puede provenir de los lectores. A veces el artefacto literario trabaja el exotismo, pero a veces también puede provenir de una mirada que exotiza aquello que se está mirando. En mi caso, me siento afortunada, casi siempre me he encontrado con lectores, tanto en América como en España, que se acercan con curiosidad y para tratar de entender mi propuesta literaria.

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol es un título que a todas luces suena exótico.

Sí, pero yo no escribo para los españoles, escribo para gente como yo, no puedo hacer mucho más. Cuando uno se sienta a escribir elabora un material que tiene que ver con su propio cuerpo, con sus obsesiones y lugares de asombro. Mi cuerpo es marrón, latinoamericano, ecuatoriano, de la costa, migrante, mi escritura tiene que ver con todas esas experiencias y con la fertilidad de la imaginación. Imaginar es pensar y a mí me encanta pensar, por eso permito que mi cuerpo transite por los territorios de la imaginación y del pensamiento escritural, aunque sin duda me salen libros que hablan de mí. La ficción es un ejercicio autobiográfico atravesado por máscaras, uno nunca escribe por fuera de su propio cuerpo con todo lo que eso implica.

En la novela sin duda está las inquietudes que te mueven, pero también hay traumas como la violencia, la búsqueda de la figura paterna, ambos muy presentes en la órbita latinoamericana.

El cuerpo textual está atravesado por intensidades y por descensos, esas intensidades tienen que ver con los lugares de trauma y dolor, pero también con el deseo salvaje, con los anhelos, con la necesidad, la sed y el hambre, por eso son como volcanes dentro del cuerpo textual. Es verdad que estos conflictos humanos y existenciales tienen sus particularidades históricas, geográficas y socioeconómicas, sin embargo, en el fondo de estos elementos existe una pulsión universal que es la experiencia de estar vivo. De alguna manera todos conocemos estás experiencias, si seguimos contándonos historias a través de la literatura es porque no terminamos de entender lo que es estar vivos.

La novela está llena de ritos, la música y la fiesta, por ejemplo, ¿qué importancia le das al rito?

Mucha, tengo ritos al momento de la escritura. Me rodeo de elementos que para mí adquieren una especie de cualidad mágica mientras estoy escribiendo, no digo mágica porque piense que van a flotar sino porque de pronto siento que establezco una relación muy específica con determinadas pinturas o muñecos que me evocan algo durante la escritura. Mientras escribía esta novela colgué en la pared de enfrente de mi escritorio un cuadro de un volcán, de repente y sin saber cómo la pared se llenó de volcanes y de cosas relacionadas con una experiencia de los Andes que yo ya no vivo. Escribir es evocar lo que no tienes delante; para mi la escritura es un ejercicio de volcarse hacia el pasado de un cuerpo que ya no está o que existe en mi con un sentido de resonancia. La escritura es también un ejercicio de investigación, mientras escribía Chamanes eléctricos en la fiesta del sol leí mucho sobre la tradición más subversiva y oculta de la música, desde Nietzsche hasta Ramón Andrés o Pascal Quignard. Para mí los ritos no solamente son relevantes a nivel de praxis escritural, sino también a nivel temático.

De ahí viene una de las primeras citas del libro: “El oído es el órgano del miedo”, de Nietzsche…

Me interesaba mucho iniciar la novela con Nicole y Noa, dos amigas que encuentran refugio entre sí en medio de la catástrofe, en medio de un país tomado por el narco. Juntas deciden subir a un festival que se celebra en la ladera de un volcán. La cita de Nietzsche hace sentido porque al final son dos chicas que huyen de la muerte a una fiesta para recordar que son jóvenes y revivificar el cuerpo; y en el festival descubren que la música, como cualquier manifestación artística, cuando te toca saca un montón de cosas que están dentro de ti y no habías notado; descubren también que la música es capaz de tocar sus zonas más tenebrosas.

Pero en medio de esa huida Noa va a buscar a su padre, a quien por cierto no le gusta la música. ¿De dónde viene tu interés por explorar la paternidad?

Es muy difícil que una persona, sobre todo una mujer, no tenga una relación conflictiva con su padre. Somos sociedades machistas, con unas estructuras de la paternidad muy patriarcales. Sin embargo, la novela no va de eso, sino de cómo un padre abandona a su hija y de distintos tipos de abandono. Sin duda yo me nutro de elementos de la relación que tengo yo con mi padre, pero no se presentan de manera literal. Lo que se presenta de autobiográfico en un libro de ficción no es literal sino a nivel de emoción o psicológico. En la novela me parecía interesante mostrar distintos tipos de sensación de abandono: los personajes están abandonados por el Estado, Noa se siente abandonada por su padre y luego Nicole siente que su amiga se está yendo. A través del libro quería explorar la idea del abandono desde un lugar menos maniqueo y entender que los seres humanos a veces no somos capaces de cuidar a otro. A veces necesitamos salvarnos a nosotros mismos porque no tenemos la capacidad psicológica de enfrentar la responsabilidad del cuidado, me interesaba explorar la paternidad desde ahí.

¿Crees que el abandono es una palabra ligada a Latinoamericana?

Sí, sin duda, como dice María Galindo, tenemos la llaga del bastardismo. Latinoamérica tiene, además, la herida de la colonización que es muy fuerte. Ser mestizo es ser bastardo, no eres ni una cosa ni la otra, quieres que te reconozca el padre blanco pero nunca lo hará y eso se nota en nuestras sociedades donde las culturas indígenas, andinas, runas o afro, están esquinadas, a ellas les dejamos el folclor y a la cultura blanca le asignamos el lugar del pensamiento y la filosofía. Al tener ese ethos bastardo o barroco como decía Bolívar Echevarría, somos sujetos que estamos todo el tiempo con la sensación del no reconocimiento. Buscamos un reconocimiento que, además, nos haga sentir a gusto, ese es el sentimiento del abandono

¿A qué música te gustaría que sonara la novela?

Me gusta la diversidad musical, hablando de mestizaje en un sentido positivo. Las culturas se mezclan unas con otras, no paran. En la novela suena todo, tecno cumbia con sonidos del espacio, en los Andes hay mucha diversidad. Hice para Spotify una playlist llamada Chamanes eléctricos, donde incluí toda la música que acompañó a la historia y los personajes.

placeholder
Tags: ,

Contenido relacionado