Blandiana: la poeta entre los ángeles
El premio Princesa de Asturias se rinde ante la rumana que canta entre los escombros de la Guerra Fría y sus consecuencias
Por Mauricio Mejía
Todavía hay mucho que investigar entre los escombros de la Guerra Fría. Solamente han sucedido 35 años de la caída de los muros. Entre 1945 y 1989 pasaron muchas tropelías en el bloque en el que “no pasaba nada” además de la nomenclatura y el camino hacia la utopía.
El Princesa de Asturias premia Ana Blandiana como gesto de búsqueda, de escrutinio de lo que aún esconden los escombros del totalitarismo con nombres y apellidos. En este caso, nada menor, Nicolás Ceausescu, el hombre fuerte del partido en la, todavía, inescrutable Rumania de la posguerra.
“Me han dicho que te busque, no que te encuentre”, escribe Blandiana en el doloroso -dolor, desamparo y soledad; trinomio cuadrado perfecto de la vida gris del totalitarismo- “Nec Plus Ultra”.
Yo misma solo quise la búsqueda. Ni siquiera había pensado qué haría contigo, si te encontrara.
En el Sistema, en donde la broma era contrarrevolucionaria, había que perderse para no ser encontrado por propios ni por extraños. No es equivalente buscar que ser encontrado.
Blandiana nace en Timisoara, Rumania, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Hitler se ha propuesto la avanzada oriental con rumbo a Moscú. En nazismo pone en práctica en Europa del Este los mismos métodos de represión y exterminio de utilizará el ejército rojo en su próximo regreso a Berlín. Ana pasará su infancia, juventud y madurez sin conocer la libertad, como muchos rumanos, polacos, alemanes orientales, húngaros y checoslovacos. Los totalitarismos de ida y vuelta ahogarán al individuo al servicio del Estado, con las más macabras formas que éste pueda adquirir.
No queda más que la poesía, acto de resistencia, de grito y de salvación. Escribe en “Ambar”: “Tanta luz en el aire, tanta miel en el cielo, todo en el horizonte se parece a una bola de ámbar, en la que fosilizados dioses…”
Rumania, esa convención que llaman Rumania, ya había sido reconocida en su caleidoscopio por el Nobel cuando se rinde ante Herta Müller (2009), nueve años más joven de Blandiana. Occidente, lo que era Occidente, al otro lado del Muro, buscaba encontrar entre las ruinas del “otro” lado, la barbarie del régimen de un solo hombre, como también hubo un solo hombre (o de un rosario de hombres que jugaban a ser un solo hombre) en Yugoslavia, Hungría, Checoslovaquia y Polonia.
Es una jovencita cuando, tras la muerte de Stalin, comienzan las protestas por la libertad en Bucarest, en Budapest, Praga y Varsovia. Moscú responde con tanques, espías y hombres de traje gris que hurgan entre expedientes para encontrar las huellas de los “enemigos” del aparato. La naturaleza sin aire es naturaleza muerta. En “Tan fácil”, poema de una aguda pupila, dice: “Si los dioses fueran plantas, como el mismo Platón está dispuesto a admitir, no sería tan fácil cultivarlos, satisfacer sus mínimas necesidades”.
Tampoco la caída de los Muros, después de las sangrientas noches de Bucarest en las que el tirano muere ante la muchedumbre de gritos de hartazgo, la vida es la meta de Rumania.
Llegó la hora del ajuste de cuentas, de cobro de deudas y de reclamos entre los “entregados” y los compañeros de los muertos y de los torturados.
Emmanuel Carrere, ha dejado reportajes emblemáticos de la Rumania de la posguerra fría. Pintó al homus rumanus en su tinta: la corrupción que dejó el régimen, la simulación del futuro y la carga de la represión en el rostro de las últimas generaciones del régimen autoritario. Ana siguió en su tarea: la poesía como crónica de sucesos del final de la tormenta y de la desolación de un futuro que nunca llega.
El Princesa de Asturias, como el Nobel con la Müller, premia a una voz intacta en el oleaje de la Historia reciente de Europa y del mundo: un canto que surge, como Blandiana escribe, en la resurrección de entre los muertos. Aire “en la costumbre de los ángeles”.