La ultraderecha ante su toxicidad y decadencia | Artículo
El modelo de Vox es, a partir del pasado domingo, uno roto y fracasado. Aunque sería un error dar a ese partido por muerto, lo ocurrido en las elecciones presidenciales españolas muestra con claridad que Vox es tóxico y decadente, permite a la Unión Europea soñar con repeler su infección anti-liberal conservadora y muestra a la derecha en México y Latinoamérica lo riesgoso que resulta asociarse con la ultraderecha.

Por Antonio Salgado Borge
Una forma de mantener la sanidad mental en tiempos de pesimismo generalizado y justificado es recordar que existen buenas noticias que merecen ser celebradas aun si son sólo un puñado.
Los resultados de la elección del pasado domingo en España pertenecen a este puñado. Lo que se esperaba era un aplastante triunfo del centro derechista Partido Popular y un crecimiento del ultraderechista Vox. Aunque algunos soñaban que el PP podría obtener mayoría absoluta por sí solo, los más realistas contaban con que, juntos, ambos partidos sin duda alcanzarían los 176 escaños necesarios para constituir un gobierno.
Lo que ocurrió fue tan emocionante como impactante. La votación del PP creció exponencialmente, pero no lo suficiente. La de Vox terminó por desplomarse. En consecuencia, ni la suma de ambos partidos es suficiente para formar un nuevo gobierno.
Aunque estos hechos pueden ser abordados desde distintos ángulos, en este artículo me enfocaré sólo en uno de ellos: la caída de la ultraderecha. En concreto, argumentaré que de esta debacle se desprenden tres señales positivas importantes.
1. España
La primera señal es que Vox ha quedado marcado como un partido tóxico y decadente.
El hecho de que este partido, por ruidoso y disruptivo que resulten, suele tener un techo electoral de alrededor del 15% de los votos ya había sido comentado antes en este espacio.
Lo destacable aquí es que Vox ha dejado ir votantes en los últimos años , situación que le llevó a perder la friolera de 19 escaños –cerca del 40% de los que tenía–.
Alguien podría alegar que esta caída se debe principal o exclusivamente al hecho de que el Partido Popular llamó al “voto útil” del electorado de derecha, pidiendo que sufragar por ellos –un partido de centro-derecha– en vez de hacerlo por Vox, su posible aliado de ultraderecha.
Pero a ello se debe responder que, aunque cierta, esta narrativa peca de incompleta. Para ver por qué, es importante notar que si Alberto Núñez Feijóo, el candidato presidencial del PP, pidió trasladar votos de Vox a su partido fue, en buena medida, porque sabía perfectamente que un buen número de personas –tanto simpatizantes de la derecha domo de la izquierda–, consideraba el eventual regreso de la ultraderecha al gobierno español inaceptable.
El llamado de Feijóo a los votantes de Vox no es producto de la simple ambición o de su engolosinamiento. En realidad, el candidato del PP, que navegó toda la campaña presentándose como centrista, intentó con esta estrategia pintar su raya de la ultraderecha en el discurso y eludir la necesidad de pactar con ellos públicamente (aunque a nivel local sus pactos son tan obvios como aberrantes).
Y si el PP buscó evitar estas asociaciones es porque se percató del enorme costo político que le representaría entrar caminando de la mano de Vox al gobierno. Vale la pena ponerlo en plata: un pacto con Vox podría haber llevado a Feijóo a encabezar el gobierno, pero a mediano y a largo plazo tiene el potencial de hundir al Partido Popular por varios años y dejarlo con una mancha mayor de la que ahora muestra.
En un sentido, Feijóo y su partido no se equivocaron. Mucho se ha comentado que el simple hecho de que un gobierno encabezado por el PP implicara la entrada de Vox a las instituciones, y una eventual cesión de carteras, fue uno de los factores determinantes detrás de la masiva movilización de votantes que impidió la posibilidad de que los partidos de derecha juntos sumaran los escaños requeridos para formar un gobierno.
A ello hay que sumar que el PP, en buena medida por caminar de la mano de Vox, no tiene opciones reales de convencer a otros partidos de sumar sus votos. Muchos han dicho que con la ultraderecha no irán a la esquina. En lo que respecta a sus coqueteos y alianzas regionales con Vox, el PP en el pecado lleva la penitencia.
2. Europa
La segunda señal que se desprende de la debacle de Vox tiene que ver con el peso de la ultraderecha dentro de la Unión Europea.
Es bien sabido que en algunos países de Europa partidos ultraderechistas han logrado colarse al gobierno, ya sea colgados de partidos más tradicionales –como en Suecia o Finlandia– o apelando al público más amplio al moderar su discurso –como en Italia–. También se ha comentado que en Alemania el impresentable AFD se ha convertido en el segundo partido más respaldado y que en Francia la ultraconservadora Agrupación Nacional –antes Frente Nacional– podría ganar las próximas elecciones.
En este contexto, lo ocurrido en España envía una señal esperanzadora. Hace apenas una semana el escritor Jeremy Cliffe postuló en la revista británica The New Statesman que el resultado de la elección en España anticiparía el futuro europeo. Esta no es una conclusión infundada o alcanzada a la ligera, pues tiene sólidos cimientos.
Uno de estos cimientos se encuentra en los distintos factores que ayudan a explicar el respaldo a la ultraderecha en España –como la ruptura entre la línea divisoria entre la derecha tradicional y la derecha extrema, así como la población envejeciente, los espacios rurales vacíos y la crisis climática– no sólo no son exclusivos de ese país, sino que son la norma europea.
Otro cimiento importante es el hecho de que los vaivenes políticos en España no suelen ser excepcionales en Europa; por el contrario, históricamente estos vaivenes tienden a reflejar la dirección en la que transita el continente.
Si tomamos estos cimientos, y por ende la conclusión de Cliffe en serio, podemos anticipar que, aunque siempre habrá excepciones, la tendencia en Europa será un gradual deterioro de la imagen y resultados de los partidos de ultraderecha, y un resurgimiento de la derecha democrática y centrista. La Unión Europea puede entonces soñar con sanar gradualmente de su infección anti-liberal conservadora.
3. México y Latinoamérica
La tercera y última señal positiva que manda la caída de Vox tiene está dirigida a México y a Latinoamérica.
Es un hecho bien documentado que Vox ha buscado tejer alianzas con ultraderechistas en esta parte del mundo. También es cierto que, en este proceso, este partido ultraconservador español vende la idea de que es posible exportar su modelo a nuestro continente. En concreto, Santiago Abascal y compañía han hecho todo lo posible por vender a sus clientes ultraderechistas latinoamericanos una supuesta fórmula para obtener poder o avanzar su agenda.
Alguien podría objetar que, aunque real, este fenómeno es trivia. Finalmente, la posibilidad de que un partido de ultraderecha llegue por sí solo al poder en México es actualmente, por fortuna, cercana a cero.
Pero esta objeción pierde de vista que de ello no se sigue que no exista un sector del electorado que tiene ideas ultraconservadoras o que está enchufado a las guerras culturales o teorías de conspiración –como la mal llamada “ideología de género”– desde la derecha. Es justamente este segmento al que personajes como Eduardo Verástegui y Gilberto Lozano buscan hacer rentable. Y quieren hacerlo, claro está, tomando a Vox como ejemplo.
Apoderarse de un grupo del electorado lo suficientemente grande para mantener el registro como partido es, de suyo, lucrativo. Sólo hace falta considerar la historia del Partido Verde o del Partido del Trabajo para notar que esto es cierto. Sin embargo, parte crucial detrás de la existencia de estos partidos es su capacidad de tejer alianzas legislativas con el partido en el gobierno y de sumar votos cuando sea conveniente –de nuevo, el PVEM y el PT son ejemplo de ello–.
El problema para Verastegui, Lozano y otros promotores de discursos delirantes y anti-liberales es que lo sucedido con Vox en España echa por la borda esta posibilidad. Y es que, después de ver la suerte que ha corrido el PP, habrá que ver qué partido en México está dispuesto a cargar con el lastre de ser aliado de la ultraderecha.
Incluso para el PAN, un partido claramente conservador en lo social y en ocasiones rayano en lo reaccionario, caminar de la mano de Verastegui o Lozano representaría una herida por la que desangraría un buen número de sus votantes liberales o más identificados con el centro. La derecha en México no puede darse el lujo de tomar este riesgo.
Conclusión
Es momento de hacer un corte de caja. El modelo de Vox se ha mostrado, desde el pasado domingo, como uno roto y fracasado. Aunque sería un error dar a ese partido por muerto, lo ocurrido en las elecciones presidenciales españolas muestra con claridad que Vox es tóxico y decadente, permite a la Unión Europea soñar con sanar de su infección anti-liberal conservadora y muestra a la derecha en México y Latinoamérica lo riesgoso que resultaría asociarse con la ultraderecha.

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