¿Habla usted mexicano? En memoria de Rulfo

“Lejos se encuentra Rulfo en su escritura de sobajar las formas populares del habla a una mera “fonética” del lenguaje”, escribe Julio Moguel.

enero 26, 2022 7:23 am Published by

Por Julio Moguel

I

El 7 de enero de 1986 murió Juan Rulfo, el novelista mexicano más importante de todos los tiempos. Tiempo entonces, en este enero de 2022 que aún no termina, para recordarlo. 

La valoración sobre el peso de su talla y los alcances de su pluma los dejo aquí en voces calificadas de América Latina y del mundo.                                    

Gabriel García Márquez dijo de Pedro Páramo, la novela mayor de Rulfo: “No son más de 300 páginas, pero son casi tantas, y son tan perdurables, como las que conocemos de Sófocles.” 

Jorge Luis Borges dijo, simple y llanamente, que la mencionada novela de Rulfo era “una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”.

El conocido escritor marroquí Tajar Ben Jelloun, en 1993, señaló que desde que había descubierto a Juan Rulfo tenía la certeza de que “es la tierra mortífera que escribe en nosotros, es el pueblo desposeído que se expresa en nuestras ficciones”. Agregando, en 2004: “No sé a estas alturas cuántas veces he leído [la novela Pedro Páramo], ni a cuántos se la he regalado [porque] cada lectura representa un nuevo descubrimiento […] Es breve, [pero] necesito detener la lectura para sopesar las frases, como si estuviera con el orfebre. Porque ahí está presente la poesía.”

En 1960, José María Arguedas señaló que Rulfo había “elevado a la más alta categoría artística el difícil lenguaje del pueblo”. En tanto que Susan Sontag afirmó que “La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la literatura universal en el siglo XX, sino uno de los libros más significativos del siglo […] Pedro Páramo es un clásico en el sentido más cabal del término.”  

Podríamos continuar las citas sin que pudiera alcanzarnos la cantidad de caracteres que ocupamos en este espacio, pero cabe señalar aquí que, en perspectivas parecidas de opinión, encontramos señalamiento de Günter Grass, Kensaburo Oé, Uns Winder, Gao Xingjian, Manuel Rivas, Jean-Marie Gustave Le Clézio, Mario Vargas Llosa o el cineasta Werner Herzog.

II

Pero quisiera detenerme en un tema particularmente polémico, relativo justamente al tema literario, para anclarme en lo que considero una de las claves de la escritura de Rulfo, a saber, que rescata, sin vulgarizarla, el habla que a pleno derecho pudiera tomar alguna distancia del castellano para identificarse plenamente como “mexicana”.

Pedro Henríquez Ureña mostró algunas de las características particulares de un español hablado y escrito en México desde los primeros años de la Conquista que, en el uso de determinados sectores sociales y en algunas artes de la época, llegó a adquirir la consistencia suficiente para ser considerado específicamente como “nacional”. 

Del siglo XVI, por ejemplo, Henríquez Ureña identificó en ese tenor las obras de Fernán González de Eslava, quien manejaba la pluma con un vocabulario “lleno de indigenismos” que representaban “el habla popular”. 

Para el siglo XVII, Henríquez Ureña se refiere al uso común de un tocotín en náhuatl en la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, y extiende esta caracterización a la obra de Juan Ruiz de Alarcón, de quien señala que pertenece de pleno derecho a la literatura de México y representa de modo cabal el espíritu mexicano”.

En el siglo XIX, la presencia del náhuatl y de otras lenguas indígenas teñía significativamente el castellano hablado y escrito en el país, de tal forma que ya era imposible deslindar o desligar de ese “español particular” no sólo términos, modos y palabras de esas lenguas específicas, sino incluso ritmos y tonalidades que imponía un sello muy característico a la pronunciación.  

III

Es poco el espacio para entrar con demasiado detalle en el tema que ahora abordamos para tratar de una de las claves de la magistralidad de la literatura de Rulfo. Pero no será, para el lector que habla “mexicano”, identificar una buena cantidad de líneas de habla o de escritura que marcan nuestra lengua “nacional”.

Alfonso Reyes decía que una característica manifiesta de nuestro pueblo era “la cortesía”, “dulce freno a la animalidad y escuela práctica de humanización para el hombre”. Dentro de dicha “cortesía” cabe un cierto sentido de la “mesura” y la “discreción”, un cierto retraimiento receptivo y, como su contrapunto, un cierto “espíritu satírico” o burlón integrado generalmente en fórmulas epigramáticas.

De allí provienen, por ejemplo, los muy diversos y complejos usos de diminutivización tan propia del habla mexicana; determinadas expresiones o palabras que sesgan o suavizan respuestas y mensajes (“sólo está tantito atarantado”; “qué tanto es tantito”); dichos o fórmulas que fijan ambigüedades o indeterminaciones de sentido para sentar una posición de forma suave (“yo no sé, pero el que sabe sabe”; “así nomás por nomás”); dichos o modismos que recogen alguna fórmula de saber acumulado o de filosofía popular (“no hay mal que por bien no venga”; “a buen hambre no hay mal pan”; “de esos que no comen miel, libre Dios nuestros panales”); ecuaciones verbales que previenen y en ocasiones conjuran ofensa  (quizás tantito después”; “a lo mejor después”). Se reduce entonces por lo común el uso del imperativo, que se sustituye muchas veces con preguntas: (¿me pasas la sal?”, o, “¿me acercas la salecita?”).

También “se dice que se dice”, “dicen por ahí”; se previene con un suave o amenazante “ahi se lo haiga”; se habla desde un inasible y no pocas veces travieso diz que o dizque; se utiliza un “mande usted” –o simplemente “mande”– que, en contra de su sentido literal de servilismo, es sólo voluntad de escucha, atención o disposición abierta o franca, afectiva, de servicio. 

IV

No me extenderé en tantas otras “fórmulas mexicanas” del habla o de la escritura, pero, fiel a la idea de rememorar a Rulfo, simplemente trascribiré unas líneas en las que el lector encontrará algunos de esos mexicanismos.

Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrinchilé a su cuerpo, pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que se pasó la noche roncando. Todo lo que hizo fue entreverar sus piernas entre mis piernas.  

O unas líneas de un cuento de El Llano en llamas:

Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja.

Lejos se encuentra Rulfo en su escritura de sobajar las formas populares del habla a una mera “fonética” del lenguaje, en las que se termina por ridiculizar al personaje del que se habla.

Vuelvo entonces a la pregunta inicial. ¿Usted habla mexicano?

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