“La resistencia de los colectivos buscadores está hecha de puro amor”: Alma Delia Murillo
La escritora publica ´Raíz que no desaparece’, una novela que aborda el tema de la desaparición desde una perspectiva humana.

Por Héctor González
Fotografías cortesía de Jorge Saim Hostos – Dalia Empower.
Según datos de la Secretaría de Gobernación en México hay 125 mil personas desaparecidas. Alma Delia Murillo (1979) se propuso abordar e intentar entender el fenómeno más allá de la estadística. Para conseguirlo acompañó a colectivos de madres buscadores en el rastreo del paradero de sus hijos, resultado de esta experiencia es Raíz que no desaparece (Alfaguara).
El relato es protagonizado por Ada, una madre que busca a su hijo Marcos, quien se comunica con ella a través del sueño. Escrita con elementos del periodismo y del género fantástico, la obra trasciende la denuncia para mostrar las dimensiones humanas de una madre buscadora que incluso dentro de la oscuridad, es capaz de encontrar la luz.
Me parece que Raíz que no desaparece es, de alguna forma, una rama de La cabeza de mi padre, ¿no?
No lo sé, mira, creo que hay muchas dimensiones de eso. En lo personal, escribo desde la búsqueda, desde una ausencia o una carencia. Claramente en La cabeza de mi padre era la de mi padre, pero en general escribir implica partir de una pregunta más que de una respuesta. Naturalmente, soy mexicana y llevo, seguramente igual que tú, el corazón roto una vez tras otra por todos los partidos que nos han gobernado y porque el fenómeno tan doloroso de la desaparición forzada no ha hecho sino agudizarse. En los últimos tres sexenios se han acumulado más cien mil personas desaparecidas. Tú y yo, que vivimos y crecimos aquí, como muchas otras personas, escuchamos esto todo el tiempo y creo que al ser el oído uno de los principales sentidos de la escritura, me es muy difícil abstraerme a hablar de esto. Son temas me importan, me conmueven y me interpelan, por eso decidí escribir sobre las personas desaparecidas y sobre buscadoras desde la ficción y no desde el periodismo. Quería de, alguna manera, humanizar lo que está sucediendo y sacarlo un poquito de la discusión estadística, política y partidista.
Si bien es ficción, hay recursos del periodismo…
Para escribir esta novela acompañé a las madres buscadoras. Ya me han interpelado de porqué solo decimos madres buscadoras, pero en mi caso solo me tocó ver a un papá. No es una opinión, es un hecho, en nuestro país hay 40 por ciento de abandono paterno y eso se refleja en el fenómeno de los colectivos buscadores, claro que hay hombres, pero son los menos. Esta parte abreva de un ejercicio periodístico, por eso esa narración es una especie de crónica. Lo otro es ficción, Ada es un personaje ficticio construido de la realidad de las madres buscadoras que busca a su hijo Marcos, quien en sueños le dice que lo tiene que buscar en un árbol. La novela tiene una mezcla de crónica, ficción y hasta un poco de fantasía.
Iniciar la novela en Reforma, en la Glorieta del Ahuehuete tiene un peso simbólico importante.
Lo que cuento sucedió. Cortaron la palmera y pusieron un ahuehuete que se rodeó de rostros de personas desaparecidas y al poco tiempo murió. Ignorar esa metáfora me resultaba muy difícil. La novela inicia ahí con una escritora que acompaña a una mamá que anda buscando, luego van a un pueblo y al final regresan al bosque de Chapultepec, en ese sentido el relato se vuelve circular.
También al principio leemos: “Yo no sé por qué me metí en el infierno de documentar el delirio de este país”. ¿Por qué decides utilizar la palabra delirio?
Es delirante que toleremos que desaparezca una persona cada 40 o 45 minutos, como también lo es que toleremos cada vez más, imágenes de violencia en vivo. Hemos visto ejecuciones a plena luz del día, hemos visto a una maestra ejecutada, a un perro correr con una cabeza humana entre las fauces. Pareciera que nos estamos enfermando, es delirante y casi sociopático, que toleremos cada vez más. Por otro lado, cuando el dolor es tan agudo provoca reacciones en la psique y mi personaje desarrolla Alzheimer, eso es algo que le está pasando a muchas madres en los colectivos de búsqueda, es como si su psique llegara a un límite de no tolerar el dolor. Finalmente, la locura de las madres es fértil y vital, por eso hago referencia a las madres de la Plaza de Mayo en Argentina que sueñan donde están sus hijos y con pistas para encontrarlos. Eso les pasa a las mamás con las que yo hablé y a mí personaje. El delirio y la locura aparecen por falta de lenguaje y entendimiento sobre por qué llegamos hasta aquí.
En ese sentido, el Alzheimer funciona como metáfora de las madres, pero también de la sociedad.
Sí, el Alzheimer es también una metáfora de cómo le estamos dando la espalda a la memoria. Por eso los colectivos de toman espacios públicos o cuelgan en los árboles los rostros de sus personas desaparecidas. Esos son pequeños actos de memoria. Las placas de fichas de desapariciones que están en el bosque de Chapultepec son también un acto de memoria. Y yo intento que este libro se sume a ello por eso cada capítulo se divide con fichas de personas desaparecidas reales. Al final mi novela termina con una larga lista de personas desaparecidas desde los años setenta hasta los 2020s.
La novela se puede leer como un libro de denuncia, pero también tiene luminosidad y esa se encuentra en los sueños. ¿Por qué era importante darle esta parte?
Porque las familias buscadoras insisten en que no solo son víctimas, también tienen todas las dimensiones de un ser humano. En sus vidas hay alegrías, momentos de gozo y sobre todo la certeza de que lo que sostiene su búsqueda no es el dolor, sino el amor. Ellos resisten todo por amor. Me parecía importante honrar y recordar eso. Al mismo tiempo, eso nos permite a quienes no estamos viviendo esa situación tener más empatía, acercarnos un poco más. La resistencia de los colectivos buscadores está hecha de puro amor. Por otra parte, los árboles también evocan a lo vital. Si hay algo vital, es el símbolo de un árbol. No todo tiene que ser necroestadística, ni necropolítica, ni miedo.
¿Cómo cambió tu forma de ver estos fenómenos cuando terminaste la novela?
Te respondo en gerundio, está cambiando mi forma de acompañar su relato. He podido observar, acompañar, conectar con lo humano, lo vital de sus alegrías y todo aquello que sale del contexto oscuro asociado a la muerte y a la pura estadística. Si bien reconozco que yo vivo en un privilegio también he podido entender que no somos tan diferentes. Las familias buscadoras perdieron a una persona, pero todos los mexicanos perdimos la posibilidad de sentirnos seguros en este país y eso es muy grave; esto debería convocarnos, debería ser una unión transversal de cómo nos sumamos para que esto cambie, para que ya no nos dé miedo la carretera o la noche.
Aunque desgraciadamente parece ser el cuento de nunca acabar.
Sí, te entiendo, yo he llegado a sentir esa desesperanza. He hablado de esto con Jacobo Dayán a partir de su libro con Javier Sicilia. En un punto de mi novela arribó a los códices Florentino y Mendoza en búsqueda de alguna respuesta. Desde hace al menos 500 años este es país se ha construido muerte sobre muerte, es el imperio de la violencia, pero es también un imperio que antes o después colapsará, porque será insostenible. Puede parecer un triste consuelo pensar que llegará al límite la misma violencia y que eventualmente tendrá que cambiar, pero quiero pensar que sí, que algún día sucederá. Si no lo hacemos nosotros, lo harán los árboles o la tierra, no puede ser que alteremos el ecosistema del que formamos parte, como un mamífero más, y que el resto de las fichas del ecosistema no respondan, quiero pensar eso, por eso escribo, si no, para qué.

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