El mito de la perfección | Artículo de Ross Barrantes

En un centro de noticias, los “bonitos perfectos” suelen ser los que aparecen en las portadas de revistas, mientras que aquellos que no cumplen con los estándares son invisibilizados.

agosto 23, 2024 1:21 pm Published by

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Por Ross Barrantes*

En el siglo XXI, las redes sociales y los medios de comunicación nos han sumergido en una cultura obsesionada con la perfección física. Nos encontramos constantemente bombardeados con promociones de tratamientos estéticos: desde el 2×1 en perfilamiento de rostro hasta los populares “antes y después” de una liposucción. En este escenario, el cuerpo se ha convertido en una parada obligatoria en la carrera por convertirnos en nuestra “mejor versión“. Pero surge una pregunta crucial: ¿es siempre bueno mejorar? ¿El perfeccionamiento es realmente una forma de autocuidado, o podría, en realidad, ser una forma de agresión hacia uno mismo?

Naomi Wolf, en su libro El mito de la belleza, explora cómo la sociedad impone implacables estándares de belleza que afectan profundamente la autoestima y el bienestar de las personas, especialmente de las mujeres. Wolf sostiene que la belleza ha sido convertida en una forma de control social, una “trampa” que mantiene a las mujeres ocupadas, ansiosas y concentradas en su apariencia, desviándolas de su verdadero poder y potencial. A través de ejemplos concretos, Wolf muestra cómo estos estándares de belleza no son tanto una elección personal, sino una respuesta a la presión social.

Para ilustrar este punto, recuerdo la experiencia de una amiga cercana. Convencida de que afinando su nariz encontraría mayor confianza y felicidad, decidió someterse a una cirugía estética. Pero, lejos de encontrar la paz que buscaba, su atención se desplazó rápidamente a otras partes de su cuerpo, iniciando un ciclo interminable de autocrítica. Lo que comenzó como un acto de autocuidado se transformó en una fuente constante de estrés y descontento.

El impacto de estos estándares no se limita a los individuos; afecta también a las políticas y sistemas que los rodean. En el estado brasileño de Mato Grosso del Sur, por ejemplo, se ofrecen cirugías estéticas gratuitas a adolescentes que han sido víctimas de bullying. Aunque la intención es aliviar el sufrimiento causado por las burlas, la solución recae en cambiar la apariencia física de los jóvenes, en lugar de abordar la raíz del problema: la intolerancia y la crueldad social.

En México, el deseo de alcanzar estos ideales de belleza ha llevado a un alarmante aumento en los casos de mala praxis médica. Según un informe de la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (CONAMED), entre 2011 y 2021, se registraron más de 1,500 casos de mala praxis relacionados con procedimientos estéticos. Estos casos incluyen desde complicaciones menores hasta resultados desastrosos que han dejado a los pacientes con daños físicos y emocionales permanentes.

Además, la presión para alcanzar la delgadez extrema ha llevado a un aumento en los trastornos alimentarios. Según la Secretaría de Salud, en México se estima que alrededor del 1.6% de la población femenina adolescente sufre de anorexia, y estos números continúan en aumento. La obsesión por la delgadez no solo afecta la salud física, sino también la mental, llevando a muchas jóvenes a un ciclo de autodestrucción en nombre de la perfección.

En las redes sociales, cualquier mínima arruga o imperfección es rápidamente penalizada con comentarios hirientes y sugerencias de tratamiento. Esta situación nos invita a una lectura foucaultiana: los cuerpos visibles, expuestos para ser comparados, son evaluados a través de “me gusta” y castigados con comentarios de odio. Los algoritmos, programados según los estándares de belleza dominantes, actúan como jueces implacables, vigilando, exhibiendo y explotando nuestros cuerpos, desacreditándolos y desarticulándolos de manera brutal y salvaje.

Un ejemplo concreto de esta vigilancia es la promesa de los alineadores dentales de otorgar una simetría perfecta y una buena mordida. Sin embargo, detrás de esta promesa se esconde un mercado lucrativo que explota las inseguridades de las personas, convirtiendo nuestros cuerpos en productos que deben ser perfeccionados para cumplir con un ideal inalcanzable.

Para contrarrestar estos peligros, es crucial la implementación de normas que regulen los estándares de belleza, evitando que se vuelvan excesivos y peligrosos. Algunos países ya han implementado leyes contra la promoción de la anorexia y han comenzado a regular los centros estéticos que representan un riesgo para la salud de sus clientes. En México, por ejemplo, se han impulsado reformas para garantizar que solo médicos certificados puedan realizar procedimientos estéticos, reduciendo así los riesgos de mala praxis.

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Es fundamental también cuestionar cómo los medios de comunicación perpetúan estos estándares. En un centro de noticias, los “bonitos perfectos” suelen ser los que aparecen en las portadas de revistas, mientras que aquellos que no cumplen con los estándares son invisibilizados. Una mujer debe cumplir con ciertos criterios de belleza para ser portada, mientras que un hombre calvo y con sobrepeso puede ser el CEO de una multinacional y ser ovacionado por su liderazgo. Esta doble moral refuerza un ciclo de perfeccionismo destructivo que sigue afectando a la sociedad.

Entonces, ¿así es como nos cuidamos? La verdadera forma de autocuidado debería centrarse en la aceptación y el amor propio, más allá de los estándares impuestos. Al final, somos mucho más que nuestras apariencias, y nuestra valía no debería estar sujeta a un ideal de belleza inalcanzable. El perfeccionismo, cuando se persigue en exceso, puede convertirse en una agresión, una herramienta de auto-castigo en lugar de auto-cuidado. Debemos reflexionar sobre qué significa realmente cuidarnos, y cómo podemos liberarnos de los estándares que, en lugar de elevarnos, nos encadenan.

 

*Abogada Constitucionalista
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