‘Placeada’, la cineasta Alejandra Sánchez Orozco hace una íntima aproximación a una exsicaria
“Mi intención era conocer el lado profundo e íntimo de una mujer que tiene esa historia”, explica la directora en entrevista.

Por Héctor González
Durante 20 años Gabriela López estuvo en prisión. Su delito fue estar al servicio del narcotráfico como sicaria. Una vez en libertad, compartió su historia con la cineasta Alejandra Sánchez Orozco. De sus pláticas se desprende Placeada, una película donde la protagonista hace un recuento de hechos y al hacerlo aporta sobre algunas de las causas de la ola de violencia en México.
“Lo que pretendo con este trabajo es empezar a romper los prejuicios y poner la cámara desde una perspectiva donde creo que la reflexión como sociedad –una sociedad que está asolada por la violencia desde hace décadas– tendría que empezar a darse”, explica la directora del documental que hoy se estrena en la Cineteca Nacional.
¿Cómo llegas al personaje de Gabriela López?
Desde hace tiempo quería abordar el tema de la violencia en México. Primero quería trabajar con adolescentes infractoras para tratar de entender el problema desde una mirada distinta. Soy de Chihuahua y ahí fui a un sitio que le dicen el Cerecito, es un centro de readaptación de adolescentes infractoras. Lo visité durante un año, pero la burocracia me impidió grabar o levantar registro, sin embargo, me hice amiga de una custodia que también trabajaba en el femenil de adultas. Un día me llamó para comentarme que acababan de soltar a Gabriela quien fue jefa de sicarias y nos puso en contacto. El primer contacto fue por FaceTime, luego la invité a la Ciudad de México. Nos vimos en el café de la Torre Latinoamericana. Ya le había mandado Bajo Juárez, la ciudad devorando a sus hijas y Agnus Dei: cordero de Dios para que viera mi trabajo. Le garanticé dos cosas: que su integridad y dignidad iban a estar absolutamente cuidada y que no haríamos ningún tipo de denuncia. Mi intención era conocer el lado profundo e íntimo de una mujer que tiene esa historia. No iba a convertirme en su juzgadora ni en su abogada defensora.
¿Cómo abordar al personaje para no terminar haciendo una apología?
No fue fácil. Había cosas que me resultaban escalofriantes y se quedaron fuera de la película. Investigué mucho sobre el tema, entrevisté a Jacobo Dayán, especialista en crímenes de lesa humanidad. Revisé la tesis de una chica que entrevistó a 40 sicarios y todos coincidían en tener una vida familiar muy violenta y en querer matar a los progenitores o a las figuras tutelares. Recuerdo que Jacobo Dayán me contó que la muerte en México es un negocio. Quería entender un poco la situación, por qué y cómo se enrola una mujer en esta situación. Gabriela viene de una familia clasemediera y violenta de Ciudad Juárez, me interesaba descubrir cómo se combinan distintos elementos para poder tener la triste historia como la suya; profundizar en cómo pueden lidiar con eso y en cómo pueden dormir tranquilos. Me hubiera gustado llegar más allá y alcanzar otros niveles relacionados con contextos políticos y sociales, pero tenía una hora y media y las condiciones se dieron como se dieron.
¿Qué fue lo que te detuvo para llegar a donde querías?
Un poco el presupuesto. El personaje –me enteré porque me evaluaron– causaba mucha incomodidad entre quienes asignas los fondos públicos y en general entre el público. Cuando se proyecta en las salas hay quienes la abandonan y prefieren juzgar, afortunadamente también hay que quiere conocer el retrato humano de alguien que tuvo como oficio quitar vidas.
¿En algún momento estableciste empatía con Gabriela?
Sí y lo digo sin ningún pudor. Me resultó y lo digo sin tratar de justificar esos horrorosos crímenes que cometió, pero desde luego me resultaba empática. Hay momentos en los que descubres que ella tiene mucho de lo que somos los ciudadanos de pie y que nosotros podríamos tener algo de ella, sin embargo como sociedad nos hemos dedicado a trazar una línea muy clara donde ellos son los malos y nosotros los buenos. Depende mucho de las circunstancias de vida de cada quien, pero lo cierto es que el país es territorio fértil para este tipo de prácticas.
¿Cuál es la importancia de conocer la parte humana de los sicarios y a la gente que delinque con esta perspectiva?
Primero, permite comprender que la muerte en México es un negocio que deja una buena derrama. Además, nos acerca a la realidad de estos personajes, niños y niñas, que a los doce años no tienen otra opción. A veces desde el periodismo no se alcanzan a ver este tipo de historias. Creo que como sociedad tenemos una responsabilidad como también la tiene el Estado. Lo que pretendo con este trabajo es empezar a romper los prejuicios y poner la cámara desde una perspectiva donde creo que la reflexión como sociedad –una sociedad que está asolada por la violencia desde hace décadas– tendría que empezar a darse.
¿Te limitó Gabriela respecto algún tema o hubo autocensura por tu parte?
Sí. Hubo zonas en las que no quise encontrar como la forma en que se ejecutaban los crímenes. Me resultaba absolutamente perturbador e innecesario ponerlo en pantalla porque creo que ahí sí podía caer en una apología del crimen y en el morbo. Preferí enfocarme en descubrir qué hay de mí en ella y qué hay de ella en mí para poder armar un espejo.
¿Había temas que ella le daba la vuelta?
No, casi nunca dio la vuelta, tiene una actitud muy norteña, muy frontal. A veces aligeraba cosas que para mí no eran ligeras. En la parte de donde de pronto intentaba darme la vuelta era en lo referente a sus emociones. En ocasiones me pedía que cortara pues no quería que la pusiera llorando. Le costó mucho trabajo poder asumir que ella podía quebrarse cuando hablaba de sus hijos o de su madre.
¿Qué te dijo al final de la película?
Nos sentamos a ver la película, el abogado David Peña, ella y yo. El proceso de rodaje y producción nos tomó casi cuatro años y medio, y cuando terminó ver la primera versión me dijo que si yo quería podía darme otra entrevista porque en ciertos puntos pensaba distinto. Hicimos la última entrevista y ahí hubo un cambio. Hay dos géneros dramáticos que me gustan mucho, la pieza y la tragedia, que es cuando Edipo se da cuenta de lo sucedido y se saca los ojos, porque sabe que él es quien asesinó al padre y quien procreó con la madre. Creo que al final de la película Gabriela tiene un golpe de conciencia parecido y eso me conmovió mucho porque no es fácil como ser humano, darte cuenta de que en el punto donde estás.
¿Ahora qué hace Gabriela?
Intenta vender tortillas de harina, intenta poner una tienda de ropa. Es muy difícil para ella, de repente cuida los hijos a sus amigas, en fin.

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