La historia de Monte Albán a través de los huesos de sus habitantes
‘La población de Monte Albán: Prestigio, poder y riqueza’, de Lourdes Márquez Morfín y Ernesto González Licón, presenta los análisis a casi mil esqueletos.
El libro La población de Monte Albán: Prestigio, poder y riqueza narra cómo fue la vida en la antigua capital zapoteca a lo largo de mil 300 años, desde sus inicios alrededor de 500 a.C., hasta una de sus fases de mayor auge, hacia 800 d.C., y lo hace como indica su subtítulo, con Historias de vida a través de los huesos.
En 1991, la investigadora emérita del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), la antropóloga física Lourdes Márquez Morfín, hizo mancuerna con el arqueólogo Ernesto González Licón, quien dirigió un salvamento arqueológico por la ampliación de la carretera de acceso al sitio, de la que se obtuvieron importantes datos de una unidad residencial, destacando el entierro de cuatro individuos, hombres y mujeres, a quienes se practicó la trepanación.
Ambos expertos, Márquez Morfín y González Licón, quien falleció en 2016, son los autores de una obra que aúna y contrasta la información de ese contexto, con casi mil esqueletos de antiguos pobladores de Monte Albán, procedentes de una gran cantidad de entierros y tumbas, las cuales fueron excavadas y estudiadas por otros especialistas, como Alfonso Caso, Daniel Rubín de la Borbolla y Javier Romero.
La publicación, editada por el INAH arroja luz sobre la dieta, casos de prácticas quirúrgicas, como la trepanación y, en general, la manera en que personas de diferentes edades y estatus, desde neonatos hasta adultos mayores, fueron tratadas antes, durante y después de ciertos ritos funerarios.
Lourdes Márquez Morfín sostiene que en las páginas quedan plasmados nuevos datos y conclusiones sobre esa población, a partir de un planteamiento teórico basado en la bioarqueología social e integrativa.
De acuerdo con los resultados obtenidos, agrega, la salud de los antiguos habitantes de Monte Albán coincide con la de otras poblaciones mesoamericanas, “pero con mejores condiciones que las de otros grupos del mismo periodo”. Abundan infecciones en adultos, huellas de deficiencias en niños, enfermedades propias de la edad avanzada, como la artritis, anquilosis de la columna vertebral, pérdida de dientes, cálculos dentales, atrición de las coronas de dientes y abscesos.
Sin embargo, indicó, “como se desarrolla en el capítulo de la salud, el porcentaje de personas mayores de 45 años, representa el sector de la población que logró sobrevivir y, con ello, un éxito de adaptación a su contexto”.
Dieta basada en maíz y frijol
También se revela que la dieta de la población, basada en maíz, frijol, quelites y calabaza, “cambia de una fase a otra, en particular, con la amplitud de la variedad de vegetales”. Quedó demostrado, además, que en eventos rituales la élite consumía venados cola blanca, perros y guajolotes, ave de la que también llegó a alimentarse la nobleza menor.
“La deta por grupo de edad y el estudio de los isótopos de oxígeno permitieron identificar a varios individuos que migraron de otros lugares a Monte Albán, por ejemplo, de Teotihuacan, como se determinó en el caso de un sujeto que llegó siendo adulto a la capital zapoteca, y quien al morir fue enterrado en la tumba familiar del grupo de la nobleza menor, con la que se estableció”.
La investigadora detalla que otro caso singular es el de una colección de 12 cráneos de hombres y mujeres, obtenidos en distintos contextos en Monte Albán, en los que se evidencia la práctica de la trepanación, siendo el acervo más abundante en su tipo, hallado en sitios de Mesoamérica.
Más llamativo aún es que varias huellas craneales señalan el uso de taladro para esta práctica, algo poco común. Señaló que los 12 individuos son adultos de diversas edades; los hallados en 1991, en el salvamento de la carretera de acceso, se encontraron dentro de cistas rectangulares de lajas, donde fueron sepultados entre 600 y 800 d.C., y corresponden a dos hombres y dos mujeres, un par jóvenes y, el otro, viejos de ambos sexos.
Concluye que esta circunstancia “puede ser un indicador de la práctica de la cirugía craneal como medida terapéutica, no necesariamente relacionada con un traumatismo, sino, quizá, con un problema de salud de una familia o del grupo residente en esa unidad habitacional, que no invalida la hipótesis de una práctica ritual”.