Crónica de un genocidio anunciado | Nofret Berenice Hernández
No se sabe cuándo se acabará la violencia genocida que están viviendo los palestinos, pero desde hace algunos años estaba segura que la violencia simbólica en contra de los palestinos se convertiría en violencia a secas, cruda y física.

Por Nofret Berenice Hernández Vilchis*
Cada vez que Soraya ríe me contagia con su carcajada franca, parece una niña que se divierte por las ironías de la vida y en ese momento el tiempo se detiene en su rostro. Los palestinos se ríen de sus desgracias, nunca pierden el sentido del humor y esas sonrisas que se dibujan en sus rostros cargan la historia de cada individuo, pero también la de su familia y la de un pueblo oprimido de refugiados y exiliados.
Mientras esperaba a Muntaser en el Café de la Paix, escuchaba que se repetía sin cesar la canción de Andrea Bocelli “Por ti volaré”, creo que era la versión en inglés. En realidad, tengo un poco confusos los recuerdos, fue un viaje corto, un trayecto agitado, mi última parada antes de volver a Marsella. Ahí estaba yo 11 años después de mi última visita a Ramala tomando un qahua y preguntándome como la gente podía estar tan tranquila escuchando a Andrea Bocelli mientras a unos cuantos kilómetros, en Jenin, los enfrentamientos entre jóvenes palestinos y soldados israelíes se intensificaban.
Ramala había crecido, no la podía reconocer. Demasiados edificios nuevos adornaban la entrada de la ciudad, me sentía un poco perdida. El tráfico era casi tan agobiante como en Querétaro, el parque vehicular había crecido tanto que las pequeñas callejuelas no se daban abasto para tanto automóvil. El Café de la Paix, Ruqab Street y Zamn Café eran paisajes que me reconfortaban, me recordaban mis tiempos como doctorante. Aunque también se veía más gente en las calles del centro que iban y venían, en un frenesí, a realizar sus compras. Sin embargo, todo este ajetreo, toda esa aparente calma me parecía ficticia, no era auténtica, era la calma que antecede a la tormenta.
–¡Marhaba! (Bienvenido)
Por fin llega Muntaser y me regala una gran sonrisa. Como no tenía internet y no valía la pena comprar un chip palestino o israelí para tan pocos días, la comunicación me era difícil. Tenía que estar buscando un lugar con wifi. ¿Cómo hacía para moverme en 2010 con un viejo Nokia sin datos móviles ni Google maps? El caso es que estuve esperando más de dos horas a Muntaser, pero logramos encontrarnos. Se sienta, pide un qahua y enciende un cigarro.
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Me pone al corriente, poco ha cambiado para él. Sigue enfrentando muchas restricciones para moverse de su casa al trabajo, tiene que buscar las veredas que no tengan retenes militares israelíes y eso le toma más tiempo en desplazarse. Por supuesto, sigue teniendo prohibido entrar a Jerusalén, no consigue que Israel le extienda un permiso. Eso sí, me cuenta orgulloso que cada vez hay más mujeres periodistas que se registran en el sindicato.
Le pregunto sobre el evento que se celebra en el jardín de enfrente, mi curiosidad sobre el motivo para escuchar una y otra vez a Bocelli necesita ser saciada. Me recuerda que ahí se alberga la Municipalidad de Ramala y entonces algún evento oficial estará en curso. ¿Quién diría que unos 15 días antes soldados israelíes habían arrestado en medio de la noche a unos jóvenes a unas dos calles hacia arriba? Eso me contó, con una una triste sonrisa en su rostro y cigarrillo en mano, un amigo el día anterior mientras bebíamos una cerveza en un bar sobre Jaffa Street. ¿Quién iba a decir que unos meses después vería –por televisión– a los prisioneros palestinos intercambiados por rehenes israelíes salir de ese jardín que en junio parecía tan apacible?
A la mañana siguiente, tomo otro qahua, un capuchino esta vez en Zman Café, con mi amiga y Wissam. Muntaser y Wissam conocieron a Shireen Abu Akleh, todos los palestinos la conocían. Según sus colegas y amigos entrevistados por Al Jazeera, cadena qatarí de televisión para la que trabajó por varios años, dicen que Shireen tenía una risa contagiosa. A pesar de estar usando casco y un chaleco con la inscripción PRENSA claramente visible, un francotirador israelí puso fin a su vida con una bala certera cerca de la yugular aquel 11 de mayo de 2022 mientras cubría los enfrentamientos en Jenin. Los palestinos la consideran una mártir, así como consideran mártires a todos los periodistas palestinos que han sido asesinados por Israel.
Ghassan Kanafani fue asesinado en Beirut por el Mossad 50 años antes que Shireen Abu Akleh. Escritor y periodista palestino originario de Acre, tuvo que huir de su ciudad natal a los 12 años con su familia en 1948 a causa de la nakba. Vivió en Beirut, estudió en Damasco y trabajó en Kuwait; se convirtió en el portavoz del Frente Popular para la Liberación de Palestina, FPLP, y al igual que Shireen provenía de una familia cristiana palestina. El 8 de julio de 1972 encendió su coche y voló en pedazos junto con su sobrina Lamis de 12 años; el Mossad aceptó haber colocado una bomba en su automóvil. Mataron al mensajero, lo mataron por su narrativa autocrítica y antimperialista.
–¿Por qué los periodistas extranjeros hacen carrera profesional trabajando aquí? ¡Porque es aquí donde se producen las verdaderas noticias! ¿Y entonces por qué nosotros no podemos hacer una carrera profesional cubriendo lo que nos sucede? –sentencia Wissam mientras esgrime una sonrisa irónica.
Así respondió, con una sola frase y en un minuto, a los cuestionamientos que me había hecho por tantos años. Wissam tiene menos dificultades para conseguir un permiso para realizar sus coberturas del lado israelí del muro. Asegura que 10 años atrás tardaba meses en conseguir un permiso de tres días, pero que en 2023 tras pocos días de espera obtenía un permiso de tres meses. Seguramente su afiliación a Al Jazeera y su distanciamiento de las facciones políticas palestinas hacían la diferencia con Muntaser. También es bastante probable que esa situación haya cambiado tras el 7 de octubre, cabe recordar que el gobierno israelí expulsó a esta cadena qatarí de Jerusalén durante el primer semestre de 2024.
Desde octubre de 2023, Israel ha matado a más de 200 periodistas en Gaza, más de 40 de estos periodistas fueron asesinados en sus casas, mientras intentaban dormir, a lado de sus familias. El gobierno israelí, liderado por Benjamín Netanyahu, ha impedido a los periodistas extranjeros la entrada a Gaza para realizar su trabajo. Algunos de estos periodistas extranjeros, como el experimentado corresponsal Chris Hedges, han exigido que les permitan la entrada a Gaza para reportar lo que sucede a sus medios. En efecto, es su derecho poder ejercer su profesión y Chris Hedges, además de exigir que su derecho sea respetado, es conocido por ser solidario con los palestinos, por considerar a sus colegas palestinos tan profesionales como lo es él. Sin embargo, esa no suele ser la norma con la que juzgan el trabajo periodístico de los palestinos.
–Algunos periodistas extranjeros, sobre todo británicos, expresan su solidaridad de forma paternalista o racista, cuestionando la objetividad de los palestinos. Se limitan a insistir en la necesidad de permitir a los periodistas internacionales entrar en Gaza, en aras de la objetividad. “Necesitamos reportajes objetivos y neutrales” dicen.
Conversé dos ocasiones con Nour durante mi trabajo de campo para el doctorado y la contacté nuevamente por videollamada cuando me enteré que había vuelto a las pantallas de Al Jazeera. Comparte su necesidad por mostrar la creciente violencia de los colonos israelíes contra los palestinos en Cisjordania tras el 7 de octubre. Está segura de que el trabajo de los periodistas palestinos ha obligado a los medios hegemónicos internacionales a mejorar su cobertura inicial, completamente sesgada y propagandística.
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–Resulta empoderador adueñarte de tu propia narrativa. Durante la Segunda Intifada los principales medios de comunicación solían pedir que nuestro trabajo fuera corroborado con un productor israelí, esos días ya pasaron. Ahora los periodistas palestinos son iconos por derecho propio –afirma con una sonrisa de satisfacción Nour.
Ella tiene muy claro que para algunos israelíes este genocidio está resultando muy doloroso, pues se están percatando que “ser represor requiere que ese represor se convierta en algo muy monstruoso” y no se les permite expresar su desacuerdo libremente. Me tomó 24 años comprender de qué manera se cierne una narrativa dogmática, racista y deshumanizante sobre el opresor y el oprimido. En términos académicos he decidido llamar a este proceso discursivo como bionarrativa.
El opresor crea y alimenta una bionarrativa a través de la cual pretende controlar la representación del oprimido. Quien te define te controla, esa es una de las conclusiones de Edward Said en su obra Orientalismo que sirvió como pilar para los estudios decoloniales. Quizás a los opresores se les ha olvidado que pueden convertirse en presas de sus propias narrativas. Edward Said era también un chico palestino cristiano de 12 años cuando tuvo que abandonar con su familia el hogar en Jerusalén a causa de la nakba en 1948.
Si insisto en mencionar el origen cristiano de estas tres figuras del pueblo palestino obedece, primeramente, a recordarle al lector que a pesar de que los palestinos son árabes y en su mayoría profesan el islam, también los hay cristianos. Israel ha destruido una de las iglesias más antiguas de la historia en Gaza, dicho sea de paso. Por otro lado, el proyecto colonialista iniciado por el sionismo –movimiento nacionalista y secular de los judíos de la Europa del siglo XIX–, estableció un régimen segregacionista en 1948 en el territorio de la palestina antigua. Desde sus inicios ese proyecto hizo una distinción racial entre judíos y “no-judíos”, obviando la existencia de la minoría judía árabe que nunca dejó de habitar y compartir ese espacio con árabes musulmanes y cristianos. Basta asomarse a la Declaración Balfour de 1917 o las leyes israelíes de retorno (1950) y ciudadanía (1952) para comprender que había semillas del apartheid en el sionismo.
A los palestinos los están matando por “no ser judíos”, así como a los armenios y griegos en el Imperio otomano los mataron por “no ser turcos” y ser cristianos, a los judíos de Europa los mataron por “no ser arios” y a los musulmanes rohingya en Myanmar los están matando por “no ser birmanos” ni budistas. ¿No se supone que tras las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial deberíamos haber aprendido a abrazar la diversidad étnico-religiosa en lugar de exterminarla?
Me gusta mucho una frase del escritor franco-libanés Amin Maalouf de su libro Identidades Asesinas: “desde el momento en que concebimos nuestra identidad como integrada a múltiples pertenencias, unas ligadas a una historia étnica y otras no, unas ligadas a una tradición religiosa y otras no, desde el momento en el que vemos en nosotros mismos, en nuestros orígenes y trayectorias, diversos elementos confluentes, diversas aportaciones, diversos mestizajes, diversas influencias sutiles y contradictorias, se establece una relación distinta con los demás, y también con los de nuestra propia ‘tribu’.” Y sí, parece que seguimos comportándonos como “tribus”.
No sé cómo ni cuándo la violencia genocida que están viviendo los palestinos parará, tampoco sabía cómo ni cuándo esta dimensión genocida del continuo proceso de limpieza étnica de los palestinos se desataría, pero estaba segura desde hace algunos años que la violencia simbólica se convertiría en violencia a secas, cruda y física. Y probablemente observar la manera en la que los periodistas palestinos están rompiendo, a riesgo de morir en el intento, el cerco mediático de los medios hegemónicos de comunicación –a los que parece sólo importarles hacer negocio con las guerras “proxys”–, me permite tener la certidumbre de que, en un futuro no muy lejano espero, habrá un mundo mejor después de aquel terrible 7 de octubre de 2023.
Miro por el celular una foto de mi amigo el de Jaffa Street, sostiene una corona y un cigarrillo mientras una tímida sonrisa adorna sus barbas ya un poco canas. Es una foto reciente, de una reunión con sus amigos y antiguos colegas de la Palestinian Red Crescent Society, PRCS. Esas sonrisas me dan certidumbre, son la certeza misma de un pueblo que ama la vida y se aferra a ella, y esa tenacidad está cambiando al mundo, nos está enseñando a cómo construir un mundo más digno.
* Dra. Nofret Berenice Hernández Vilchis es posdoctorante de la División de Historia del CIDE

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