‘Yo vi tres luces negras’, una película que aborda el impacto de la violencia en las tradiciones ancestrales
El realizador colombiano Santiago Lozano Álvarez, habla en entrevista sobre esta producción que recién se estena en México.

Por Héctor González
José de los Santos tiene 70 años y es el curandero de su pueblo, ubicado en el litoral pacifico colombiano. Un día, recibe la visita del espíritu de su hijo Pium Pium, quien fue desaparecido hace algún tiempo a causa del incremento de la violencia en el país, a manos de los buscadores de oro y el crimen organizado. Con el fin de conseguir que su hijo alcance el descanso eterno, este hombre emprenderá un viaje a través del corazón de la selva.
¿Cómo impacta la violencia en la vida cotidiana de los pueblos originarios?, esta fue una de las preguntas que motivaron al realizador colombiano Santiago Lozano Álvarez a filmar Yo vi tres luces negras, producción que recién se estrena en las salas mexicanas.
¿Qué te lleva a acercarte a esta comunidad y a filmar Yo vi tres luces negras?
Llevo 20 años trabajando en diferentes proyectos, tanto de cine como de otros campos, en diferentes comunidades del territorio del Pacífico colombiano. Hace ocho años estuve en la zona del Chocó, en el río San Juan. Trabajé para el Ministerio de Cultura con sabedores y sabedoras de esta región, que son hombres y mujeres que se dedican a los rituales mortuorios y a la medicina ancestral. Ese encuentro sucedió en un momento histórico determinante en la historia reciente de nuestro país, porque hacía tres meses que las FARC habían salido de esa zona después de la firma de los Acuerdos de Paz, y en ese momento había una profunda guerra entre grupos armados que se disputaban el territorio, una guerra que sigue hasta hoy. Durante aquella experiencia, muchos sabedores y sabedoras me expresaron su preocupación porque las tradiciones ancestrales y la espiritualidad estaban siendo afectadas por el conflicto armado. Esa fue como la semilla de la historia.
Esa preocupación se nota desde la primera secuencia. La película inicia con una fiesta y de inmediato vemos al personaje de José de los Santos dejar lo que estaba haciendo para ir en busca de un cuerpo.
Ahí hay algo muy fuerte. En medio de un conflicto armado las tradiciones y espiritualidades se ven como totalmente permeadas por la guerra, pero a la vez se convierten en escenarios de resistencia. Recuerdo que una sabedora me decía que, en los tiempos de la esclavitud, estos rituales alrededor de la muerte se convirtieron en formas de resistencia, y en cierto sentido, hoy, la violencia y la guerra, eran nuevas formas de esclavitud por lo que volvían a tener esa misma utilidad. Es interesante ver como la sociedad recicla ese tipo de enseñanzas. La relación con la muerte, con los muertos y la espiritualidad nos hace más conscientes de nuestras formas de vida.
En el caso de la película esto tiene un valor simbólico que se muestra con los sueños, todo el tiempo hay un diálogo entre la vigilia y lo onírico.
La película habita un universo que está cargado de ambigüedad, pero que finalmente termina siendo como un vaso comunicante entre el mundo de los vivos y de los muertos. Creo que eso es lo que permite que el personaje de José de los Santos nos pueda llevar de una manera muy orgánica por todos estos territorios y nos invita sentir lo que es vivir bajo una amenaza latente.
En paralelo a esto tenemos a la naturaleza que es un personaje muy importante en la película.
Desde un principio busqué que las narrativas propias del Pacífico colombiano, la naturaleza y la selva siempre fueran un personaje. Todas están presentes en la música, en la literatura, en el teatro, en la poesía, la naturaleza es un personaje importante de las maneras de cohabitar. Como lo dice el actor Jesús Mina a propósito de su personaje de José de los Santos, es un hombre que habita la selva y la selva lo habita a él. Desde el guion, la selva ya estaba configurada con un carácter cargado de dos características particulares. Por un lado, como un personaje hipnótico, que sumerja al espectador y al personaje en su hipnotismo; y por otro, como un personaje cargado de una gran dualidad o una ambivalencia. Cuando estás ahí y escuchas algo, siempre estás con una duda de si eso que escuchas y ves, es o no es. Y eso sumerge de alguna manera como al espectador en una experiencia sensorial.
Otro elemento importante es la muerte, ¿qué reflexión te dejó abordarla desde estos rituales?
La muerte es parte de la vida, incluso puede ser continuidad de ella. De ahí la importancia de tener una relación y un diálogo constante con nuestros muertos, como guías, pero también como que seres que nos hacen pensar en la vida como parte de un todo. Esa es una lección muy potente de las comunidades afroindígenas hacia el resto. En esas reflexiones podemos encontrar más de conciencia sobre una posible salida ante la guerra y la violencia.
¿De qué manera estas violencias amenazan estos ritos?
Al ser expresiones que le hacen frente a la violencia, se vuelven también foco y víctimas. Si uno se va a la lírica de los alabados, que son los cantos que se entonan en los funerales y que tienen una gran tradición popular, verá que en los cantos de los últimos veinte años se ha incorporado, la historia de violencia. Se le exhibe y se le denuncia como si fuera un grito de resistencia. Cuando hay una guerra que tiene por objetivo la apropiación de territorios, hay una operación para expulsar a las personas y aniquilar su cultura, ese fenómeno no se da solo en Colombia, se vive en muchas partes del mundo.
En este sentido, la película empata muy bien con lo que pasa en México.
Creo que es una película muy empática con México. Me parece importante que a través del arte y del cine se hable de temáticas complejas dentro de nuestra sociedad, como es la violencia y la guerra. Entre ambos países hay vasos comunicantes, pero también herramientas para generar un diálogo incluso cinematográfico porque a final de cuentas enfrentamos problemas y obstáculos similares.

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