La rebeldía de dormir |Reseña

El historiador español Miguel Ángel Hernández publica el ensayo ‘El don de la siesta’.

junio 17, 2021 4:19 am Published by

Por Héctor González

En 2019 un estudio de la Escuela de Medicina de Harvard demostró que la falta de sueño afecta a las células madre de la sangre y favorece la acumulación de placas de grasa en las arterias lo que aumenta el riesgo de las enfermedades cardiovasculares. De hecho, quienes carecen el hábito de la siesta tienen un 37 por ciento más posibilidades de morir por alguno de este tipo de padecimientos.

Parece que los griegos fueron los primeros promotores de la siesta como hábito. Sus virtudes las asimilaron los romanos, en particular los monjes y crearon el término “siesta” –derivado de la sexta hora solar, es decir mediodía-, para referirse a la pausa de las labores cotidianas.

El gobierno chino fue más allá y desde 1949 decretó la xiu-xi, así es como se le conoce a la siesta, un derecho constitucional.

Los padecimientos relacionados con el mal o poco sueño inciden en nuestra salud mental, física, pero también en la productividad. La periodista Marina Benjamin dedicó su valioso ensayo testimonial Insomnio, al tema de mantenerse en vela.

Filósofos como Byung-Chul Han o Gilles Lipovetsky han advertido cómo el mantra de la productividad absorbió al descanso y el ocio. El capitalismo que todo lo digiere detectó que la falta de reposo atrofia el  funcionamiento humano y de inmediato reaccionó. El home-office, tan practicado durante la pandemia, nos permite trabajar en pijama o recostados, pero trabajar a fin de cuentas.

Desde hace más de diez años, empresas como Google hicieron del descanso y la diversión una prestación. Con tal de mantener a sus empleados en la oficina diseñaron espacios para jugar y echarse una pestañita. La empresa Yelo en Estados Unidos creó un esquema de negocios a partir de esto. En Europa hay cafés u hoteles cuyo nicho es la gente dispuesta a pagar por dormir durante su hora de comida. La NASA le ha dedicado tiempo al estudio de la siesta y sugiere que su duración no debe ser superior a 26 minutos pues tampoco, dice, se trata de llegar al sueño profundo. Con tal de no sacrificar la productividad de sus trabajadores, los negocios están dispuestos a ceder unos minutos de sueño.

En búsqueda del tiempo robado

¿Dormir es una pausa en el camino dentro de nuestro proceso productivo o es un acto personal e íntimo para abstraernos de todo?

“No tenemos tiempo; el tiempo nos tiene a nosotros. Por eso conquistar la siesta, el descanso, es también conquistar el tiempo propio”, escribe el historiador español Miguel Ángel Hernández (1977) en su ensayo El don de la siesta. Notas sobre el cuerpo, la casa y el tiempo (Anagrama).

Es fácil argumentar que el autor escribe desde una posición de privilegio. Para él la siesta es un acto irrenunciable en buena medida porque se lo puede permitir. Un vendedor ambulante o un oficinista que trabaja a dos horas de casa, no puede pensar en este tipo de lujos. No obstante, lo que sí podríamos empezar por hacer es revalorar la importancia del ocio.

“La siesta es un acto de resistencia, una toma de posición, una política”, escribió Thierry Paquot en El arte de la siesta y con el cual desde luego coincide Miguel Ángel Hernández.

Insisto, aún con el argumento del riesgo de las enfermedades cardiovasculares en países como los latinoamericanos, empezando por México, pensar en la siesta como acto de rebeldía se antoja lejano, más todavía que se instalen “siestarios” de manera masiva y ni que decir que se le decrete derecho constitucional.

En cualquier caso, un buen comienzo podría ser asumir “la necesidad de encontrar un tiempo propio”, como sugiere Hernández. Tal vez sea una victoria pírrica, pero victoria al fin. Si Winston Churchill en plena Segunda Guerra Mundial no se perdonaba descanso o si Albert Einstein reconocía en la siesta un periodo ideal para refrescar la mente y aumentar la creatividad, ¿por qué no empezar a reponer algo del tiempo robado y dedicar unos minutos por pocos que sean, a nosotros mismos y a hacer cosas más edificantes a nivel personal que por ejemplo seguir leyendo este artículo?

Miguel Ángel Hernández. El don de la siesta. Notas sobre el cuerpo, la casa y el tiempo. Anagrama. 119 pp.

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