Elon Musk no salvará a las redes sociales | Artículo
La desinformación, el ecosistema de bots, ciborgs y trolls, la libertad de expresión y la horizontalidad de las redes sociales son aspectos que el hombre más rico del mundo debe considerar.
Por Antonio Salgado Borge
Elon Musk tiene razón cuando afirma que “tener una plataforma pública de máxima confiabilidad y ampliamente inclusiva es importante para el futuro de la civilización”.
Aunque es sumamente complicado que llegue a materializarse, su intención de comprar Twitter muestra que tanto su deseo de cambiar radicalmente esta plataforma como la idea de que cuenta con la capacidad para hacerlo son firmes y serios.
Pero Musk se equivoca radicalmente cuando asume que la confiabilidad e inclusividad que Twitter u otras redes necesitan pueden venir de las supuestas cualidades de su propietario, por muy visionario y exitoso que éste haya sido en otros campos
Y es que hay al menos cuatro elementos que indican que el cambio que el hombre más rico del mundo tiene en mente no es el que se requiere para transformar para bien a plataformas que, en los hechos, funcionan hoy en día como plazas públicas.
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Confiabilidad
(1) Desinformación. Un asunto que Musk ha notado con acierto es que las redes como las conocemos hoy en día constituyen una amenaza existencial para la civilización occidental. No es posible construir confianza social, deliberación razonada y consensos cuando parte de la población no tiene los pies en la tierra.
La arquitectura actual de las redes facilita e incluso incentiva el flujo de desinformación. Y lo hace, en primer lugar, a partir de la combinación de oscuros algoritmos que privilegian el flujo de contenido chatarra y de la comprobada tendencia de los seres humanos a interactuar más con notas falsas.
Este esquema beneficia a las redes, pues obtienen más interacciones por parte de sus usuarios. Pero también beneficia a las maquinarias políticas alrededor del mundo que generan y esparcen su propaganda a través de las cañerías de Twitter o Facebook.
Las redes han respondido a este fenómeno. Y lo han hecho, principalmente, a partir de la introducción de más moderación. Sin embargo, suponer que la moderación terminará con el problema es, por decir lo menos, ingenuo.
Tal como ha comentado la premio Nobel María Ressa la moderación trata con el nivel más superficial del problema. En un nivel más abajo están los algoritmos y, en uno todavía más profundo, la inteligencia artificial que junta y explota la información recabada.
En este sentido, Musk acierta cuando habla de “abrir” o “democratizar” el algoritmo de Twitter. Está por verse cómo se vería esto reflejado en la práctica –algunos algoritmos son tan complejos y oscuros que sólo un puñado de personas pueden entenderlos, y otros pueden autoadaptarse más allá de su programación original–.
(2) Bots, ciborgs, y trolls. Llama la atención que las promesas de Elon Musk de transformar a Twitter no incluyan lidiar con la presencia de estas toxinas.
Aunque pueden ser coextensivos, estos términos no son sinónimos. Un bot es una cuenta automatizada que replica contenidos. Un ciborg es una cuenta que puede funcionar automáticamente o ser controlada por una persona en un momento determinado. Un troll es una cuenta que se dedica a hacer bullying y a generar molestia en alguna persona.
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Mientras que discutir con un bot es lo mismo que discutir con una piedra, pelear con un troll equivale, como suele decirse, a pelear contra un cerdo: uno termina embarrado de lodo y el cerdo termina encantado.
La presencia masiva y la saturación de contenidos a partir de este tipo de cuentas en redes sociales como Twitter o Facebook tiene un efecto doble. Por un lado, envenena la deliberación pública. Por el otro, diluye la voz de aquellas personas que buscan genuinamente deliberar e intercambiar opiniones y puede silenciarlas directamente –vale la pena revisar el excelente trabajo que el Seminario sobre Violencia y Paz del Colmex ha realizado en este sentido–.
Las personas que dirigen las redes sociales pueden identificar a bots y a ciborgs. Esto es evidente cuando se considera que laboratorios externos con presupuestos exponencialmente menores lo han hecho contundentemente.
Sin embargo, a pesar de lo fácil que es identificarlos y desmantelarlos, este tipo de automatismos siguen pululando. Una hipótesis que ayuda a explicar por qué este es el caso tiene que ver en que empresas como Facebook y Twitter prometen a sus accionistas metas en términos de crecimiento de cuentas.
El incentivo perverso que esto genera es evidente: económicamente lo ideal no es eliminarlas, sino cuando menos mantener un número que no termine de expulsar a otros usuarios.
Otra hipótesis pasa por señalar como personas con gran cantidad de recursos han logrado magnificar el alcance de sus voces en redes gracias a la operación masiva de bots y cyborgs. El caso de Musk es clara evidencia de ello: el hombre más rico del mundo es un troll consumado que cuenta con el respaldo de una horda de automatismos.
La solución no pasa entonces por un gran salvador, sino por regulación estricta que obligue a las principales plataformas a borrar del mapa a bots y cyborgs y a vigilar y sancionar el comportamiento de algunos trolls que resulte problemático.
Inclusividad
(3) Libertad de expresión. El debate sobre la libertad de expresión es un asunto fundamental que debe ser atajado por las principales redes sociales. En eso Musk no se ha equivocado. Su error es implicar que su solución a esta controversia es la más adecuada.
Existe una amplia discusión debate sobre los alcances y limitaciones de la libertad de expresión. Aunque sólo los conservadores más radicales pretenden que ésta sea concebida como un valor supremo irrestricto, dentro de algunos sectores moderados y progresistas se observa con preocupación la forma en que la llamada “cultura de la cancelación” comienza a limitar la necesaria deliberación pública de temas controvertidos.
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Por el momento, las redes sociales han bloqueado cuentas consideradas problemáticas por las personas que administran esas plataformas. Tras varios años de permitir discurso de odio y optar por mirar para otro lado, recientemente Twitter ha sido probablemente la red más estricta en este sentido.
También ha sido la que ha tomado decisiones mejor respaldadas –en este sentido, Facebook ha puesto la vara muy baja–. Por ejemplo, Twitter bloqueó definitivamente la cuenta de Donald Trump cuando este expresidente encendió las llamas que llevaron a sus seguidores a tomar el Capitolio.
Pero no todos los casos son tan claros o tan fácilmente resolubles. El reclamo de Musk pone el reflector sobre la unilateralidad y falta de claridad en estos procedimientos. La idea no es que nada deba ser cancelado. Por ejemplo, el discurso que incita a la violencia es generalmente considerado inaceptable.
Lo que está en discusión es en dónde debe ser exactamente trazada la línea. Y, a su vez, este es un debate que debe ser sostenido urgentemente con argumentos y soporte teórico de por medio.
(4) Horizontalidad. Uno de los mantras que más se han asociado con el ciberpopulismo del que Musk forma parte es que un individuo debe poder recibir parte de las utilidades que su presencia en redes genera a estas plataformas.
Esta idea puede parecer inicialmente atractiva. Si un usuario genera ganancias masivas a Facebook o Twitter al utilizar sus servicios, lo justo es que esas ganancias sean divididas entre la red y el usuario.
El problema es que en la práctica esta visión mercantilista de los derechos de los usuarios puede terminar generando un escenario terrorífico.
Monetizar actos como el subir una foto o recibir un “like” terminaría convirtiendo productos que ya son suficientemente adictivos en túneles sin fondo. Bajo esta lógica, para algunas personas las redes sociales serían auténticas máquinas tragamonedas: inserta todo lo que puedas, pues eventualmente podrías terminar “pegándole” al premio al viralizar alguno contenido.
Para ser claro, las redes sociales pueden y deben ser espacios más horizontales. Los usuarios deben ser dueños de sus datos, su privacidad debe ser respetada sin cortapisas y tendrían que poder tener control sobre lo que quieren y no quieren ver en estos escenarios.
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Pero la visión mercantilista de democracia implicada en visiones como la del ciberpopulismo no convierte al usuario en un ciberciudadano; lo convierte en un obrero adicto a su empleo.
La horizontalidad de las redes tiene que surgir a partir de una regulación generada democráticamente; reglas diseñadas para proteger los derechos de quienes las emplean y la salud de la sociedad y de la democracia fuera de ellas. Nada de lo que se ha señalado por el momento desde el campo ciberpopulisa al que Musk pertenece apunta en este sentido.
Conclusión
El mundo necesita de redes sociales extremadamente confiables y ampliamente inclusivas.
Elon Musk tiene razón: dado que las redes funcionan de facto como plazas públicas, y considerando que lo que pasa en las redes afecta la vida fuera de ellas, alcanzar este objetivo es importante para el futuro de la civilización.
Pero el hombre más rico del mundo se equivoca radicalmente en dos sentidos cuando asume que la solución es moldear a Twitter a su imagen y semejanza.
En un sentido estrecho, la desinformación, el ecosistema de bots, ciborgs y trolls, la libertad de expresión y la horizontalidad no son aspectos de las redes que mejorarán si un troll empedernido como Musk toma el control de esa plataforma.
Y, en un sentido más amplio, dado el tamaño de la tarea entre manos, sin importar lo que se pueda pensar de Elon Musk, las ideas necesarias para encausar esos cambios jamás podrán surgir de la cabeza de un solo hombre.
*Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo)
Facebook: Antonio Salgado Borge
Twitter: @asalgadoborge