Jefe Máximo | Artículo de Héctor Tajonar
Héctor Tajonar vislumbra la política de la 4T, con Andrés Manuel López Obrador de líder, en dirección con la implementación de un Maximato.
Por Héctor Tajonar
Durante el último mes de su gestión el mandatario menguante se regodea en la culminación de su poder, al tiempo de exhibir la derrota moral de sí mismo y su gobierno. En su sexto informe, los fracasos de su gestión se ocultaron tras el velo de una mitomanía fortalecida por el elixir del autoelogio megalómano.
Los mitos fundacionales de la retórica que sustentan su culto a la personalidad y a la 4T se derrumban ante la mirada atónita de fieles y críticos. El verdadero López Obrador va desnudo, y el fatídico septiembre sigue su marcha.
Ante la imposibilidad de permanecer en Palacio Nacional a partir del 1 de octubre, el presidente en funciones ha ratificado su determinación de erigirse en el Jefe Máximo de la regresión autoritaria. La sombra del caudillo macuspano aun no se disipa; su anhelo de implantar un Maximato es inocultable.
Prueba fehaciente de la intención de prolongar el control más allá de su mandato constitucional fue la imposición del Plan C a su sucesora para que lo asumiera como proyecto de gobierno. La instruyó a que lo integrara en su discurso de aceptación de la candidatura presidencial de Morena, exigiéndole que antes les hiciera firmar una carta a los legisladores electos de su partido en la que se comprometieran a apoyar sin objeción alguna la totalidad de las veinte reformas constitucionales y legales contenidas en dicho programa.
El sometimiento quedó rubricado.
Tras la contundente victoria del 2 de junio, el infractor electoral impune puso en marcha su estrategia para lograr la mayoría calificada en ambas Cámaras del Congreso, a fin de asegurar la aprobación integral del Plan C.
Bajo el principio del agandalle, postulado fundacional del humanismo macuspano, ordenó a sus subordinados imponer una sobrerrepresentación que garantizara no sólo la mayoría para modificar la Constitución al gusto del Jefe Máximo, sino que también asegurara el control de la Junta de Coordinación Política la Cámara de Diputados.
Para evitar confusiones, la secretaria de Gobernación expuso en una mañanera la conformación de curules en la Cámara baja. Doblegados, el INE y el Tribunal Electoral acataron la instrucción del caudillo.
Mediante un chanchullo con carácter de fraude a la Constitución, Morena y aliados obtuvieron 75 por ciento de las curules en la Cámara de Diputados con 55 por ciento de los votos. La aplanadora guinda aprobó la reforma al Poder Judicial con 357 votos a favor, 130 en contra y cero abstenciones en un salón de deportivo. ‘El PRI y el PAN también lo hicieron´, justificó quien se precia de ser diferente.
En el Senado la operación política se complicó porque no obtuvieron la mayoría calificada, les faltaba un voto para aprobar la reforma. Hubo que echar mano de las peores trapacerías en las que el Jefe Máximo y sus secuaces son expertos.
La podredumbre morenista hizo erupción en vivo y a todo color (y olor), para ¿vergüenza? del líder impoluto de la cuarta transformación y guía de la purificación de la vida pública de México. No olvidemos que para él la política es un imperativo moral. ‘Nosotros somos distintos y tenemos principios’, ‘lo más importante es la honestidá’. Aunque, claro, hay excepciones. En esos casos aplica que ‘la política es optar entre inconvenientes´, peroró el señor de la dualidad.
La orden del déspota era inamovible: conseguir el voto faltante para la aprobación de la reforma judicial sin límite legal, ético, o del mínimo pudor. El fin era satisfacer la insaciable fe de venganza del Jefe Máximo del cinismo y la hipocresía; cualquier medio estaba justificado de antemano por el mismísimo revolucionario de las conciencias. Misión cumplida.
La patente suciedad del ‘histórico’ procedimiento hizo gala del uso faccioso de la ley y de las instituciones del Estado para cooptar, intimidar, amenazar, extorsionar a quien fuera necesario para hacer cumplir la voluntad del caudillo. Fue protagonizada por tres idóneos personajes que se han distinguido por su lealtad al caudillo, quien los colocó como presidente del Senado (Gerardo Fernández Noroña) y líderes de la facción oficialista en las dos Cámaras (Ricardo Monreal y Adán Augusto López); así como por su intachable experiencia en los métodos propios de las cloacas de la política nacional.
Ante la atractiva oferta de ‘copelas o cuello’, los desertores fueron Miguel Ángel Yunes Márquez, del PAN, quien votó a favor de la reforma arropado por su padre y sustituto; y Daniel Barreda, senador sustituto de MC, quien no pudo votar porque al parecer se vio forzado a permanecer en Campeche para acompañar a su padre que había sido retenido ilegalmente.
En ambos casos se trató de una extorsión, los amenazaron de procesar y encarcelar a miembros de su familia. Los Yunes tienen un largo y turbio historial. El suceso de Barreda no ha sido aclarado e incluso se ha mencionado que Dante Delgado, jefazo de MC, pactó con los morenistas. El fango es ignoto.
La corrupción política de Morena y su dueño está a la vista del mundo. Por ello, la prioridad del presidente saliente no es sólo la continuación de su movimiento ‘transformador’ sino asegurar la impunidad transexenal para él y los suyos. La codicia va acompañada del miedo.
El afán de dominación del mandatario que se resiste a irse a su rancho no admite fisuras. Habituado a traicionar y mentir, desconfía hasta de su propia sombra; por ello ha elaborado una estrategia de sometimiento inflexible.
¿Aceptará la primera Presidenta de México plegarse al Maximato de López Obrador?
El abrazo del oso que le dio al recibirla en la entrada de Palacio Nacional tras ser declarada vencedora de las elecciones del 2 de junio, quedó como la imagen gráfica del estrangulamiento político al que la ha sometido.
Abusando de su poder, ha presionado, acorralado, intimidado y avasallado a la hoy Presidenta electa. Le ha impuesto la mitad de su gabinete y la ha obligado a acompañarlo en sus giras por el país a fin de que confirmara públicamente la adhesión sin matices a todas sus exigencias. Incluso la forzó a ser cómplice del apoyo presidencial a su amigo, el turbio gobernador de Sinaloa, compinche de Ismael Zambada; como lo reveló ‘El Mayo’ en una carta que cimbró al de los abrazos. A ello hay que agregar que Andrés Manuel López Beltrán tendrá un cargo de primera importancia en Morena, y ya fue destapado para 2030.
Hasta ahora, Claudia Sheinbaum ha mostrado aquiescencia con los dictados de su mentor. Le ha expresado reconocimiento, respeto, gratitud, obediencia e inclusive admiración. No sabemos si lo ha hecho por afinidad, pragmatismo o por una mezcla de ambos; lo cual es lo más probable y sensato, para ella y para el país.
Pienso y deseo (wishful thinking) que la sumisión tendrá un límite temporal y otro volitivo. El primero se cumple el 1 de octubre y podrá extenderse unos meses con fines de adaptación y conciliación. El segundo dependerá de la voluntad de la primera Presidenta de México.
En la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, y sólo en ella, estará depositado el ejercicio del “Supremo Poder Ejecutivo de la Unión” (artículo 80 constitucional). Asumirá la autoridad y el poder propios de la investidura presidencial, así como la legitimidad democrática derivada de su victoria electoral con 35.9 millones de votos, equivalentes al 59.7% de los sufragios emitidos. A partir de ese momento cambiará la ‘correlación de fuerzas’ entre el ex mandatario y la presidenta constitucional. No obstante, el panorama es complejo y el desenlace incierto.
La aprobación de la aberrante reforma al Poder Judicial pensada para anularlo y ser controlado por el Ejecutivo; la crisis constitucional provocada por el mandatario; la implantación de un poder presidencial absoluto sin contrapesos de ningún tipo; la posibilidad irrestricta de modificar la Constitución como le plazca; así como su dominio sobre todas las instituciones del Estado, incluidas las Fuerzas Armadas; implica riesgos gravísimos.
Todo lo anterior permitiría hacer realidad el supremo anhelo del Jefe Máximo: prolongar o recuperar el cargo de Presidente de México. Por más remota que parezca, desgraciadamente no podemos descartar esta perturbadora hipótesis.
Mientras la reforma judicial se discutía en el Senado, tuvo lugar una impresionante ceremonia en el Colegio Militar presidida por el mandatario en funciones, acompañado de la Presidenta electa, con la presencia de los titulares de la Secretarías de la Defensa Nacional y de Marina, así como de sus respectivos sucesores.
El mensaje simbólico es aterrador: La militarización del país continuará. Nadie olvide que la 4T le ha dado a las Fuerzas Armadas recursos y responsabilidades sin precedente desde 1946, fecha en que se instituyeron los gobiernos civiles. El apoyo es recíproco.
Como se ha probado a lo largo de su fallido y podrido sexenio, con López Obrador las cosas siempre pueden empeorar. Por eso propongo un grito que complemente a los vítores patrios: ¡Que cante ‘El Mayo’!
Recordatorio
Comparto un pensamiento de Octavio Paz, cuya vigencia es asombrosa:
“El simulador pretende ser lo que no es; llega el momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden. A veces el gesticulador se funde con sus gestos, los hace auténticos. La simulación se convierte en una parte inseparable —y espuria— de su ser: está condenado a representar toda su vida, porque entre su personaje y él se ha establecido una complicidad que nada puede romper. La mentira se instala en su ser y se convierte en el fondo último de su personalidad.” (El laberinto de la soledad, “Máscaras mexicanas”. Cita editada por HT).