“Ha llegado el momento de la recapitulación”: Gonzalo Celorio

El escritor, editor y ensayista mexicano recibirá este martes 13 de mayo, la Medalla José Vasconcelos que entrega el Seminario de Cultura Mexicana.

mayo 13, 2025 6:21 am Published by

Por Héctor González

Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948) ya llegó a la etapa en la que los premios u homenajes se dan por trayectoria y no necesariamente por una obra publicada. “Llegar al momento de este tipo de reconocimientos es muy satisfactorio, aunque también implica que ya se tiene una edad considerable”, dice el autor de títulos como Amor propio, Y retiemble en sus centros la tierra y Los apóstatas, a propósito de la Medalla José Vasconcelos que recibirá este 13 de mayo en el Seminario de Cultura Mexicana.

Editor, narrador y profesor durante 49 años de la Facultad de la Filosofía y Letras de la UNAM, el escritor ha sido también coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, titular del Fondo de Cultura Económica y actualmente funge como presidente de la Academia Mexicana de la Lengua. Argumentos para recibir el reconocimiento, no le faltan a Celorio, quien pese a no pasar por su mejor momento en cuestión de salud, está por publicar un libro de memorias.

Un reconocimiento por trayectoria suele implicar una mirada en retrospectiva. ¿Qué tipo de balance hace al recibir la Medalla José Vasconcelos?

Aprecio mucho la decisión de los miembros del Seminario de Cultura Mexicana, institución que valoro, además de la enorme admiración que siento por sus integrantes. Por otra parte, recibir una medalla que lleva el nombre de José Vasconcelos es muy significativo porque fue una persona que encabezó dos de las instituciones en donde he ejercido mi vida como docente, académico y escritor: la Secretaría de Educación Pública y la Universidad Nacional Autónoma de México. Dicho esto, sí pienso en el tiempo que ha pasado. Llegar al momento de este tipo de reconocimientos es muy satisfactorio, aunque también implica que ya se tiene una edad considerable. Acabo de jubilarme por razones contrarias a mi voluntad, como lo puede advertir, he perdido en alguna proporción la voz, después del carcinoma en la garganta, y también la movilidad. Después de dar clases presenciales en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad durante 49 años, ya no puedo hacerlo.

Haciendo un ejercicio de crítica y autocrítica, ¿hay algún libro del que se sienta orgulloso?

Es difícil comparar la novela con un texto ensayístico. Son disciplinas diferentes e implican un tiempo, esfuerzo, concentración distinta. De lo que más satisfecho me siento es de una especie de saga familiar que está integrada por tres novelas de carácter histórico que tienen que ver con ciertos pasajes autobiográficos. La primera se llama Tres lindas cubanas, la segunda El metal y la escoria, y la tercera Los apóstatas. Me parece que es una familia que, por razones históricas, ha tenido momentos que pueden ser compartidos en términos históricos por otros lectores. Es una familia que ha sufrido migraciones, exilios, amasamientos de grandes fortunas, pérdidas, etc.

Esta trilogía la escribió en su etapa madura como escritor, ¿el tiempo o la edad influyó en poder hacer una revisión de este tipo?

Creo que la novela es un género de madurez. Implica, diría yo, venir de regreso de las cosas, tener una sucesión de experiencias importantes, de conocimientos, de lecturas. Es un género muy distinto al ensayo o al cuento. Me gusta decir que la escritura de un cuento es como una aventura amorosa, sale o no sale; en cambio, la escritura de una novela es como un matrimonio, uno tiene que estar ahí todos los días trabajando, escribiendo, no siempre con alegría, no siempre con entusiasmo, a veces por mera disciplina, con rigor, a veces con acogimiento, pero, a fin de cuentas, el resultado, la satisfacción que da haber terminado una novela tiene una mayor hondura. Aunque la verdad es que la diferencia de géneros tampoco me parece importante, este tipo de separaciones solo sirven para que los profesores de literatura justifiquemos nuestro salario.

Usted pertenece a la generación inmediata postboom. Hace unas semanas murió Mario Vargas Llosa, el último de sus sobrevivientes. ¿Cómo cambió a su relación con este movimiento?

Es una buena observación. Yo crecí literariamente, con la lectura de los grandes escritores del boom. Tuve la tuve la fortuna de conocerlos y de tratar muy de cerca a algunos de ellos, como a Fuentes y a Vargas Llosa, también en alguna ocasión tuve la oportunidad de recibir a Cortázar en México; con Gabriel García Márquez tuve una relación importante sobre todo al final de su vida. Pero lo que quiero decir, es que el boom fue un fenómeno no nada más literario, también fue un fenómeno editorial. Durante la época de la censura franquista, las editoriales españolas se dedicaron a descubrir a grandes escritores hispanoamericanos porque eran menos susceptibles de la censura que los escritores españoles. No deja de ser interesante que el boom haya sido impulsado desde España. Una vez que muere Franco, en 1975, el gran reflector que estaba sobre los autores latinoamericanos se dirigió también a otras latitudes. España empezó su proceso de transición democrática y en ese sentido le interesó, como es natural, la Comunidad Económica Europea y después la Unión Europea. Eso no significa que la literatura hispanoamericana haya terminado, siguió con la misma pujanza y calidad.

¿En algún momento el boom supuso una loza para ustedes?

En mi generación no hubo una actitud parricida con respecto a nuestros mayores. De alguna forma, tratamos de seguir su gran sabiduría y creatividad. Cuando fui coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, acompañado, por cierto, de mi queridísimo y añorado amigo Hernán Lara Zavala, que era el director de literatura, recorrimos prácticamente todo este continente para descubrir a los escritores del postboom para publicarlos. Editamos a Luisa Valenzuela, César Aira, Juan José Saer y Ricardo Piglia, de Argentina, pero también a Senel Paz, Leonardo Padura y Arturo Arango, de Cuba, y así con cada uno de los países latinoamericanos. Y la verdad es que te puedo decir que mi generación se caracteriza más por su diversidad que por su unidad.

En paralelo a su trabajo como escritor ocupó cargos importantes como la dirección de Difusión Cultural de la UNAM y la dirección del Fondo de Cultura Económica. ¿Qué balance hace de esa faceta?

La viví institucionalmente, porque mi casa siempre fue la UNAM. Cuando me preguntaban si era egresado de la UNAM, decía que no, porque desde que había entrado, nunca había salido. Es verdad que fui coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, director de la Facultad de Filosofía y Letras, y presidente del Consejo Académico de las Humanidades y las Artes, pero bueno, fundamentalmente fui profesor universitario.

¿Cómo se está llevando con la madurez y la vejez?

Bueno, pues, ha llegado el momento de la recapitulación. Estoy por publicar un libro que se llamará, Ese Montón de Espejos Rotos y recogerá una serie de remembranzas de mi vida pública y de mi vida privada. En la literatura de lengua española generalmente ha habido un gran pudor y los escritores suelen hablar más de su vida pública y no tanto de lo privado. Para mí, estas dos entidades no son incompatibles. Espero que se publique a finales de este año.

¿Se siente fuerte de cara al futuro?

No mucho, la verdad. Lamentablemente la salud me ha callado de manera bastante dramática a partir de la pandemia. Tuve un cáncer en la garganta, me operaron la columna lumbar y eso me dejó muy limitado en mi movilización; padecí un Covid-19 terrible que me llevó al hospital y que me duró 31 días, además me dejó secuelas. Entonces, mi vida se ha visto un tanto limitada. Por fortuna, creo o quiero creer, que la cabeza esté bien. El problema es que tengo buena cabeza, pero no tengo bien donde apoyarla.

 

 

placeholder
Tags: ,

Contenido relacionado