El gran dilema presidencial

Se exige la aceptación firmada de total sometimiento a los dictados del autócrata, sin posibilidad alguna de manifestar disenso alguno, mucho menos una protesta.

junio 12, 2023 9:32 pm Published by

El presidente Andrés Manuel López Obrador sigue convencido de que podrá imponer a Claudia Sheinbaum como su sucesora en 2024 para garantizar la prolongación de su poder personal y la supervivencia de la 4T, más allá de su mandato constitucional.

Para eso reunió a sus súbditos el lunes 5 por la noche. Quedó claro que todos los aspirantes tendrían que admitir sin chistar las reglas del proceso de selección: ante todo unidad y disciplina; encuesta organizada y controlada por Morena y cero debates para evitar el conflicto o la división dentro del partido. A cambio de unidad, silencio y sumisión habría premio de consolación para los perdedores.

Inmerso en su papel, el tlatoani de palacio aprovechó la mañanera del lunes 5 para distinguirse del antiguo régimen:

“Yo he hecho el compromiso de que no voy a participar inclinando la balanza en favor de nadie. En lo que tendrá que venir, nada de tapados, nada de dedazo, nada de destapes, nada de imposición. ¡Al carajo con eso, con todas esas lacras de la política!”

Al día siguiente, Marcelo Ebrard anunció que renunciaría como secretario de Relaciones Exteriores para dedicarse de lleno al proceso de selección de Morena rumbo a 2024 y dar continuidad al proyecto del presidente. Propuso que se garantizara la equidad y transparencia de dicho proceso.

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En la desmesura de su altivez, el gran elector nunca pensó que alguno de sus elegidos se atrevería a dudar de su infinita benevolencia. Ello le produjo una furia incontenible; había que atajar al responsable de semejante osadía.

La respuesta fue contundente: un muro de contención infranqueable al que se le llamó “ACUERDO DEL CONSEJO NACIONAL DE MORENA PARA QUE DE MANERA IMPARCIAL, DEMOCRÁTICA, UNITARIA Y TRANSPARENTE SE LOGRE PROFUNDIZAR Y DAR CONTINUIDAD A LA CUARTA TRANSFORMACION DE LA VIDA PÚBLICA DE MÉXICO” (Así está escrito en el documento oficial, con mayúsculas y negritas).

El acuerdo establece reglas que permiten cometer todas las arbitrariedades y trampas necesarias para asegurar el resultado decidido de antemano e impuesto por la voluntad de López Obrador, la única que cuenta dentro de Morena.

Se han fijado las condiciones para realizar encuestas totalmente controladas y opacas. El resultado final quedará a cargo de la Comisión de Encuestas de Morena.

“La Comisión de Encuestas establecerá el cuestionario, las muestras y otras reglas metodológicas y demoscópicas. Serán inapelables.”

Se exige la aceptación firmada de total sometimiento a los dictados del autócrata, sin posibilidad alguna de manifestar disenso alguno, mucho menos una protesta.

“El resultado de la encuesta es inapelable.”

Además, se prohíben los debates públicos entre los aspirantes, elemento democrático indispensable para que la ciudadanía pudiera escoger al más capacitado.

Y algo escandaloso: Los contendientes deberán evitar “los medios reaccionarios, conservadores, adversarios de la Cuarta Transformación y partidarios del viejo régimen”.

Ello es un burdo ataque a la libertad de expresión, violatorio del artículo sexto de la Constitución.

El acuerdo confirma el carácter despótico del proceso decisorio dentro de Morena. Sólo tiene validez la voz del amo.

Calificar a esa forma de proceder como “imparcial, democrática, unitaria y transparente” revela un cinismo propio de la más descarada demagogia.

A mi parecer, el documento ponía a Ebrard ante una disyuntiva ineludible: Aceptar por escrito su derrota anticipada frente Claudia Sheinbaum, sin debate alguno ni posibilidad de manifestar el menor desacuerdo o reclamo; o negarse a participar en el proceso de selección para la candidatura de Morena a la presidencia en 2024.

O aceptas tu derrota anticipada frente a Sheinbaum o te vas. ¿Renunciaría a Morena para ser el candidato de Movimiento Ciudadano? Tal vez, Dante Delgado afirma que son muy amigos.

No obstante, Ebrard comentó que estaba “requetecontento”. Tras presentar su renuncia como canciller salió, todo sonrisas, de Palacio Nacional.

¿Cómo interpretar la reacción del ex canciller? ¿Optimismo desbordado o intimidación calculada?

Si rompía con López Obrador sería tachado de traidor. El presidente, Morena, los otros aspirantes y todo el aparato del Estado se irían contra él. Y, por supuesto, ello incluye a la Fiscalía General de la República.

Ebrard sabe que esta es su última oportunidad para aspirar a la presidencia. Sabe también que en dos ocasiones ha declinado en favor de López Obrador. La primera en 2000 cuando ambos fueron candidatos al gobierno del Distrito Federal y finalmente López Obrador resultó vencedor como candidato del PRD. La segunda fue en 2012 cuando compitieron por la candidatura del PRD a la presidencia de la república, hubo una encuesta y Ebrard reconoció la victoria de su contrincante.

Hay otra circunstancia que pudo haber condicionado la decisión del excanciller. Haber vivido de cerca la frustración de su mentor, Manuel Camacho, por no haber sido nombrado candidato del PRI para suceder a Salinas de Gortari; y no haberse atrevido a romper con él.

Tal vez Ebrard no quisiera que esa historia se repitiera en carne propia, pero el desenlace sangriento de la sucesión presidencial de 1994 es un precedente aterrador, imposible de olvidar.

Si Ebrard optara por ser el candidato de Movimiento Ciudadano sería culpado de la escisión de Morena, así como de la probable derrota de la candidata oficial en 2024, aun con el apoyo del presidente y el aparato del Estado.

Obviamente, ello es inadmisible para López Obrador. Por tanto, alguien pudo haber convencido al excanciller de no traicionar al presidente. ¿Hubo negociación? ¿Se le puede garantizar a Ebrard que el mandatario no impondrá a su favorita?

Otra posible interpretación es que el supremo destapador se hubiera dado cuenta de que si la contienda presidencial fuera entre dos de sus “corcholatas”, se podría beneficiar él y la continuidad de su movimiento.

Ante el letargo opositor, tal especulación puede tener sentido.

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Sea como fuere, la posible ruptura de Morena cambiaría totalmente la ecuación en 2024; se modificarían las alianzas y participarían más candidatos de las oposiciones en un terreno electoral más competido.

Sin embargo, al no existir segunda vuelta en México, el o la candidata(o) victorioso(a) obtendría menos del 40 por ciento de la votación. Ello debilitaría su legitimidad y lo haría más vulnerable ante la revocación de mandato.

Aunque la reflexión autocrítica no es lo suyo, acaso López Obrador tendría que valorar si las consecuencias de imponer a Claudia Sheinbaum como candidata de Morena de manera tan arbitraria podría resultarle demasiado costoso a él, a la continuidad de su proyecto, a su partido y al país.

En lugar de lanzarse al basurero de la historia como destructor de la democracia e instaurador de un maximato militarizado, el presidente podría desechar ese régimen político regresivo y enfocar el fin de su sexenio en consolidar los aciertos de la 4T.
Parecería imposible, pero quizá no lo sea. ¿Aún es tiempo de rectificar?

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