Bardo: Autenticidad creadora | Artículo

La compleja amalgama de temas y estilos está bordada en torno al personaje de Silverio Gama, alter ego del autor, interpretado magistralmente por Daniel Jiménez Cacho, a fin de dotar de coherencia a la estructura dramática del autorretrato filmado.

noviembre 11, 2022 4:45 pm Published by

                                                                             Por Héctor Tajonar

En la cima del éxito, Alejandro González Iñárritu decidió hacer una película en México, en español, para expresar su vivencia de la fugacidad, placeres y desventuras causados por ese logro que en este país no suele perdonarse. Con una singular mezcla de pasión autocrítica e imaginación desbordada, el autor ha plasmado en pantalla una visión de sí mismo y de su entorno a través de metáforas visuales tan alucinantes como sinceras surgidas de experiencias definitorias en su vida personal y profesional, mezcladas con ideas y percepciones sobre el pasado y el presente de su país natal en el contexto de su migración a Estados Unidos. 

González Iñárritu ha asumido ese monumental reto narrativo con valor y rigor. La compleja amalgama de temas y estilos está bordada en torno al personaje de Silverio Gama, alter ego del autor, interpretado magistralmente por Daniel Jiménez Cacho,  a fin de dotar de coherencia a la estructura dramática del autorretrato filmado. Detrás de un aparente caos alegórico hay un rigor conceptual resuelto en un guión ordenado por secuencias claramente definidas que le llevó cinco años escribir.

El bardo, el poeta, de la cinematografía nacional expresó en imágenes su propia experiencia, real e imaginaria, del estado de transición entre la vida y la muerte -o entre la muerte y la reencarnación-, también denominado bardo en el budismo tibetano. El doble significado del concepto que da título al séptimo largometraje del multipremiado cineasta mexicano define de entrada la dimensión artística en que ubica a su obra. Él la describe como autoficción. Con un bagaje 35 años en terapia psicoanalítica y 10 años de practicar la meditación,  el director está bien preparado para la introspección. 

Bardo es una obra existencial construida desde la mirada interior. Acaso su mayor mérito sea la autenticidad, valor supremo de la ética existencialista e ingrediente indispensable del buen arte. La originalidad de la lucubración visualizada ha dado lugar a opiniones opuestas. Es natural, el autoanálisis sin concesiones no sólo permite sino exige lecturas diversas. La inusual confesión del director es de una honestidad creadora a toda prueba. La osadía de González Iñárritu queda expuesta en toda su desnudez a los juicios implacables de los críticos, así como a la empatía o rechazo de los cinéfilos. De gustibus non est diputandum.

A pesar de que el tono de la película está normado por la desmesura, no se trata de una hinchazón narcisista sino de una reflexión lírica. El cineasta comparte sus dudas personales y artísticas con una abierta e insólita actitud autocrítica. El diálogo en la azotea con su ex colega y amigo de la televisión es particularmente revelador, al igual que la entrevista soñada, no realizada, con el conductor estrella del programa “Supongamos”. Con humor y sarcasmo, el director revela algunos aspectos vulnerables de su biografía profesional.

Las deslumbrantes tomas secuencia en la televisora y en el California Dancing Club confirman el dominio del lenguaje cinematográfico para lograr un dinamismo fantástico mediante la perfecta coordinación entre el movimiento de la cámara y los actores. La apoteósica fiesta de celebración y el extático baile de Jiménez Cacho son memorables. El conmovedor encuentro del protagonista y su padre en el baño del salón confirma el lugar central de esa relación en la vida del cineasta. Recordemos que Biutiful, esa estremecedora oda a la paternidad en medio de la mayor adversidad y sordidez, está dedicada a su padre.

La reminiscencia onírica del episodio más doloroso en la vida del autor es de una veracidad dramática excepcional, acaso inédita; proporcional a la pena sin nombre, contraria a la naturaleza, que experimenta el ser humano ante la muerte de un hijo. No se es huérfano ni viudo, ante esa inexplicable tristeza no queda sino decir que el bebé consideró que el mundo es una mierda y prefirió regresar a la homeostasis del vientre materno. Una de las escenas me remitió al cuadro de Frida Kahlo titulado Mi nacimiento, en la que el rostro adulto de la artista aparece surgiendo del útero de su mamá que tiene la cara cubierta por una sábana; no hay nadie más en la habitación salvo un cuadro de la Virgen de las Angustias. Ambos artistas utilizan el autorretrato con análoga intensidad. La emoción se torna sublime en la escena en la que Mateo se integra a la insondable inmensidad del océano.

Además de la revelación metafórica de la privacidad familiar y profesional, Bardo también hace una interpretación simbólica de la historia y la política mexicana. La escena del capo del narcotráfico es un retrato fiel de un régimen militarizado que se ha rehusado a combatir al crimen organizado y la narcorrupción. La secuencia filmada en el Centro Histórico de la Ciudad de México representa la tragedia de los feminicidios en el país mediante una impecable puesta en escena. El protagonista ve caer a una mujer frente a la iglesia de la Profesa, camina hacia la esquina de Isabel la Católica y Madero donde ocurre la muerte masiva y simultánea de miles de mujeres hasta formar una impresionante alfombra de víctimas que se pierde en el horizonte. 

Gama llega al Zócalo bajo la luz del ocaso y escala una pirámide de cadáveres hasta encontrar y dialogar con Hernán Cortés. Ni el alarde de producción ni la cita de Octavio Paz son suficientes para ocultar la simplificación del acontecimiento más complejo y polémico de la historia patria. A pesar de que el mito histórico de los Niños Héroes se presta a la parodia, la secuencia fársica filmada en el Castillo de Chapultepec tampoco convence.

El desdoblamiento de Silverio para su encuentro con la muerte (el bardo budista) tiene momentos de gran belleza visual e intensidad dramática. La estructura de la película es circular, empieza y termina con una panorámica aérea en un paisaje desértico en la que se proyecta la sombra del protagonista migrante, inspirada en 81/2 de Fellini.

Alejandro González Iñárritu ha hecho el cine de autor que quería y necesitaba hacer. Su merecido éxito, el reconocimiento internacional a su obra se transforma así en el triunfo personal de un artista que se ha atrevido a expresar con total autenticidad el examen de su ser y su estar en el mundo.

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