La Matrix 2030 | Artículo de Ross Barrantes
La posibilidad de un futuro al estilo de “Matrix”, ya no parece mera ficción: Vivimos en una realidad donde los medios de comunicación, las redes sociales y las narrativas oficiales moldean nuestra percepción de la verdad.

Por Ross Barrantes, abogada ambientalista
En los últimos años, somos testigos de una creciente polarización en el debate global sobre las estrategias para el desarrollo sostenible, el manejo del poder político y el impacto de la tecnología en nuestras vidas. Por un lado, tenemos la llamada “Agenda 2025“, una propuesta centrada en los Estados Unidos construida por Donald Trump, pero que influye en el mundo debido al papel central de este país en temas globales. Por el otro, la “Agenda 2030” impulsada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como un marco para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Lectores, con este artículo busco explorar las críticas, las verdades y las incertidumbres que rodean ambas agendas, así como reflexionar sobre cómo la tecnología y la inteligencia artificial podrían moldear nuestro futuro.
La “Agenda 2025” de Trump ha sido descrita como un intento de restaurar los principios del nacionalismo, la soberanía y la economía de mercado. Sus partidarios sostienen que esta agenda busca devolver el control a los ciudadanos, limitar la influencia de organismos internacionales y revertir políticas consideradas globalistas. Sin embargo, también genera dudas: ¿es posible que las élites que critican las agendas globalistas en realidad compartan intereses con estas? No sabemos si Donald Trump y las élites financieras y políticas trabajan realmente en bandos opuestos o si son parte de un mismo juego, ya que la concentración de la riqueza en el 1% de la población mundial define nuestras estructuras de poder.
La Agenda 2030, adoptada en 2015 por los estados miembros de la ONU, plantea 17 objetivos que abarcan la erradicación de la pobreza, la igualdad de género, la acción climática y el acceso universal a la educación y la salud. Esta agenda se destaca por su enfoque holístico para abordar las desigualdades y proteger el planeta. Pero también genera escepticismo: no tiene mecanismos vinculantes que aseguren su cumplimiento, y las grandes corporaciones que participan en su implementación despiertan sospechas sobre si buscan realmente el bienestar colectivo o solo capitalizar bajo el disfraz de la sostenibilidad. Estas preocupaciones se suman a la desconfianza generalizada hacia los organismos internacionales.
Mientras tanto, el avance imparable de la tecnología y la inteligencia artificial (IA) redefine el mundo. Hoy, la IA ya influye en cómo trabajamos, nos comunicamos y tomamos decisiones. Pero esta transformación también plantea preguntas: ¿estamos delegando demasiado poder a las máquinas? ¿Podríamos terminar atrapados en un sistema controlado por algoritmos y élites tecnológicas, perdiendo nuestra humanidad en el proceso?
La posibilidad de un futuro al estilo de “Matrix“, ya no parece mera ficción: Vivimos en una realidad donde los medios de comunicación, las redes sociales y las narrativas oficiales moldean nuestra percepción de la verdad. La pandemia, calificada por algunos como “plandemia“, evidenció cómo el miedo y la desinformación pueden ser herramientas de control. La libertad y la tiranía parecen conceptos difusos, independientemente de quién gobierne: conservadores, liberales, democrátas o cualquier otro grupo político. Los problemas fundamentales, como la pobreza, la desigualdad, la necesidad y los eventos climáticos extremos, persisten sin importar el color del partido en el poder; este debate entre las agendas globales y el impacto de la tecnología me hizo cuestionarme: ¿qué verdad debemos creer? Considero que la clave no está en aceptar ciegamente una narrativa ni en caer en la paranoia, sino en desarrollar una mentalidad crítica y participativa. La concentración de la riqueza en manos de unos pocos, como lo ilustra la brecha entre un ciudadano promedio que ni naciendo en el año de Cristo y pagándole 500 mil dólares diarios al 2025, tendría la fortuna como el dueño de Tesla, esto demuestra que las estructuras actuales perpetúan desigualdades insostenibles.
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El futuro no está escrito. Ni la Agenda 2025 ni la Agenda 2030 tienen la última palabra, tampoco la tecnología y la inteligencia artificial tienen que ser una amenaza si las usamos con responsabilidad y conciencia. Para evitar un futuro distópico, necesitamos un cambio profundo en nuestra forma de relacionarnos: más empatía, más diálogo y más acción colectiva. Esto implica reconocer nuestras diferencias, pero también encontrar puntos en común. Si algo nos enseña la historia, es que los mayores avances ocurren cuando trabajamos juntos. Este momento de incertidumbre puede ser una oportunidad para reflexionar y construir un mundo donde la humanidad, no las agendas ni las máquinas, sea el centro de todo. La libertad real comienza con la capacidad de decidir nuestro destino colectivo sin ceder el control a intereses ajenos. La pregunta que me hago como humana: ¿estamos listos para tomar las riendas de nuestro futuro?

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