Mientras tanto, en México… | Artículo de Mario Luis Fuentes

El reciente hallazgo de hornos clandestinos utilizados para cremar cuerpos en Jalisco pone nuevamente en evidencia la aterradora realidad de la violencia estructural que prevalece en México.

marzo 8, 2025 2:54 pm Published by

Por Mario Luis Fuentes.

El reciente hallazgo de hornos clandestinos utilizados para cremar cuerpos en Jalisco pone nuevamente en evidencia la aterradora realidad de la violencia estructural que prevalece en México. Este macabro descubrimiento, vinculado directamente al crimen organizado, refleja un contexto de brutalidad extrema, donde grupos delincuenciales recurren a métodos cada vez más perturbadores para desaparecer a sus víctimas y borrar cualquier rastro que permita identificarlas.

Jalisco es actualmente la entidad con mayor número de personas cuyos restos permanecen en los Servicios Médicos Forenses (Semefo) sin identificar.

Además, es también uno de los estados con más hallazgos de fosas clandestinas en los últimos años. Estos hornos clandestinos vienen a sumarse a una larga lista de métodos utilizados por los cárteles para ocultar evidencias, generando una crisis humanitaria que desborda las capacidades institucionales y mantiene a miles de familias en la incertidumbre, buscando incansablemente a sus seres queridos.

Frente a este sombrío panorama, sorprende y genera profunda inquietud el contraste con las prioridades visibles del gobierno federal. Mientras México sigue sumido en episodios de masacres, desapariciones forzadas y una violencia que parece interminable, este mismo domingo habrá un festival oficial para celebrar que el expresidente estadounidense Donald Trump decidió posponer por un mes más la imposición de aranceles a las exportaciones mexicanas. Esta celebración contrasta brutalmente con la realidad cotidiana de miles de víctimas directas e indirectas de la violencia.

¿Cómo es posible que convivan estos escenarios tan dramáticamente distintos?

¿De qué manera se sostiene social y políticamente un gobierno capaz de celebrar éxitos comerciales y diplomáticos menores, mientras simultáneamente ignora o minimiza una crisis humanitaria tan profunda y desgarradora?

Desde una perspectiva filosófica, podemos acudir al concepto foucaultiano del poder para comprender esta situación. Michel Foucault sostenía que el poder se ejerce no solamente mediante coerción y violencia directa, sino también a través de discursos, narrativas y ceremonias públicas que buscan instaurar y mantener una “verdad oficial” que se separa deliberadamente de la realidad. Así, al celebrar públicamente éxitos diplomáticos y económicos, por mínimos que sean, el gobierno busca mantener una ilusión de estabilidad y control social.

La sociología del poder también ofrece una visión esclarecedora. Según autores como Pierre Bourdieu, el poder simbólico es una herramienta de enorme fuerza para los gobiernos, capaz de crear y mantener un orden social aparente mediante celebraciones, rituales y discursos que, aunque alejados de la realidad cotidiana de muchas personas, establecen una narrativa dominante. Este poder simbólico genera una realidad paralela en la que la normalización de la violencia y el dolor cotidiano se invisibiliza mediante la exhibición pública de triunfos circunstanciales.

Es importante destacar que el problema de la violencia en México es profundamente estructural. La pobreza, la corrupción, la impunidad y la marginación son los sustratos fundamentales sobre los cuales se edifica este tipo de violencia extrema. La existencia de hornos clandestinos no es un fenómeno aislado, sino el resultado extremo de décadas de abandono institucional, colusión entre autoridades y delincuencia, y la indiferencia generalizada de una sociedad que, en parte, se ha acostumbrado a coexistir con estos horrores.

La disonancia entre el festival gubernamental y la tragedia cotidiana que vive México revela no solamente una profunda desconexión entre gobernantes y gobernados, sino también un mecanismo estratégico para mantener el statu quo.

Al elegir qué eventos celebrar y cuáles ignorar o minimizar, el poder ejerce un control efectivo sobre las percepciones sociales, priorizando asuntos económicos y diplomáticos sobre la dignidad, justicia y seguridad de las personas.

En última instancia, este contraste es posible porque la construcción discursiva del poder político mexicano actual sigue priorizando las apariencias internacionales y la estabilidad económica sobre la urgente necesidad de enfrentar los problemas más profundos del país. Esta celebración no es solo una incongruencia moral, sino también un claro reflejo de cómo la política y el poder privilegian constantemente la lógica económica y las alianzas internacionales sobre la vida y dignidad humanas.

Mientras no haya una transformación radical en cómo se entienden las prioridades nacionales, estos contrastes seguirán siendo la norma en México. La justicia, el respeto por los derechos humanos y la lucha frontal contra la impunidad seguirán esperando en un segundo plano, mientras los festivales y las celebraciones por logros efímeros ocupan el escenario público. La respuesta a cómo conviven la celebración y el horror está precisamente en cómo el poder, en su dimensión simbólica y discursiva, decide y determina qué realidad es visible, qué tragedias merecen atención y, en última instancia, qué valor tiene la vida en México.

En paralelo, todo este escenario se enmarca en un momento social marcado por el creciente activismo y protestas, particularmente en torno al Día Internacional de la Mujer. El clima de inseguridad, violencia de género y desapariciones ha impulsado movimientos feministas que denuncian la incapacidad institucional y demandan justicia efectiva. La coexistencia de altas tasas de violencia contra las mujeres con festividades oficiales señala una profunda desconexión entre la realidad social y las prioridades gubernamentales. Este contraste entre condiciones críticas de inseguridad, violencia y desigualdad con eventos públicos celebratorios por cuestiones económicas superficiales pone de manifiesto no solo la gravedad de las crisis subyacentes, sino también el complejo papel del poder y sus mecanismos de legitimación.

Como conclusión, es necesario hacer un llamado crítico a enfrentar con seriedad y transparencia la complejidad de estas realidades paralelas; sin duda, es imprescindible asumir la responsabilidad de confrontar la discordancia entre la celebración pública de supuestos logros económicos y diplomáticos y las dolorosas realidades que enfrentan millones de mexicanos. Solo reconociendo esta contradicción fundamental será posible abordar con sinceridad y eficacia los profundos desafíos de justicia, seguridad y dignidad que demanda urgentemente la sociedad mexicana.

Investigador del PUED-UNAM

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