“En las cosas proyectamos emociones, inclinaciones y afectos”: Luigi Amara
El escritor publica ‘Fetiches ordinarios’, un volumen de ensayos donde explora nuestra relación con varios objetos cotidianos.

Por Héctor González
¿Por qué nos genera ansiedad no tener papel de baño? ¿Cuál es la connotación política de una botella de agua? ¿Por qué un lápiz es un vivo representante de la tecnología más efectiva? Sobre esto y más, escribe Luigi Amara (Ciudad de México, 1971) en Fetiches ordinarios (Literatura Random House), volumen que reúne las columnas publicadas en el suplemento El Cultural.
En tono directo y sin rodeos, el ensayista se adentra en la filosofía y la historia para contar el desarrollo del ser humano a partir de su relación con lo material y concreto.
¿Cómo fue el reencuentro con los textos de Fetiches ordinarios?, ¿los retrabajaste?
En realidad, desde el comienzo tenía la intención de hacer un libro. Aquí se publican las versiones largas que originalmente había escrito, las que aparecieron como columna en el periódico eran más cortas. Por supuesto hice algunas correcciones, pero cuando platiqué con Andrés Ramírez le comenté que mi idea era que salieran los textos largos.
En el prólogo del libro citas una frase de Freud donde dice que el ser humano es un dios con prótesis. De alguna manera, tus ensayos hablan sobre las prótesis materiales que vamos acumulando.
Lo interesante, por eso me pareció oportuno usar el término fetiches, es que este tipo de objetos no son solo prótesis materiales, también son prótesis de algún modo anímicas o psicológicas, no sabría cómo decirlo. Hoy, basta de pensar en el celular y en lo importante que se ha vuelto para la vida cotidiana de casi todos. Cuando lo perdemos entramos en un estado de ansiedad o angustia importante. Algo similar lo vimos durante la pandemia con el papel de baño, incluso hay gente que si ingresa a un vagón y no encuentra asientos entra en un estado de desconcierto. Es decir, quería mostrar que los objetos con los que nos rodeamos también conforman una especie de espacio interior. En las cosas que nos rodean proyectamos emociones, inclinaciones y afectos.
Pero eso es algo natural, ¿no?
Creo que sí. Nuestra relación con los objetos y con la tecnología es muy antigua. Procede de hace tantos millones de años y ha conformado tanto al ser humano que de algún modo sí es normal. Desde hace mucho hay una discusión teórica alrededor de hasta qué punto se puede dividir lo natural de lo artificial. Para mí está claro que para el ser humano es natural crear objetos y poseerlos, así lo hemos hecho desde hace millones de años. Así se ha conformado nuestro cuerpo, cerebro, cráneo, psique y hábitos. Hay incluso quien afirma que el ser humano ha intervenido indirectamente, en su propia evolución. En ese sentido, diría que es completamente normal que sintamos apego a nuestra cobija.
¿Tu relación con los objetos, con tus objetos, cambia cuando los racionalizas?
Sí, sí cambia, empiezo a sentirme extraño, como si el objeto me estuviera interrogando. Confieso que me gustaría generar ese efecto en el lector o por lo menos que voltee a ver las cosas que ha llevado a su casa.
En este sentido, ¿qué piensas de nuestra relación con la tecnología?
Cuando hablamos de tecnología solemos referirnos a aparatos electrónicos o digitales pero, un lápiz también lo es y de alta calidad. Aunque la tecnología se inventó para ahorrar tiempo y hacernos más fácil la vida, también nos esclaviza, o sea, mostramos una especie de servidumbre hacia eso que hemos construido, al punto que desarrollamos dependencias psicológicas o patológicas. Otra arista muy común es la acumulación de cosas o el coleccionismo que de repente también deja ver un desequilibrio mental, pues habla de una relación con objetos que no es necesariamente tersa ni suave ni nada, sino que está llena de, en última instancia, también de pasión.
¿Al margen de libros o música qué coleccionas?
Así como coleccionista, nada. Acumulo libros y me gusta. Me considero más un pepenador de cosas curiosas que me encuentro en la calle. Pueden ser palos, piedras, pero también desechos. Tengo repisas y cajas llenas de encuentros que en realidad son como souvenirs no manufacturados, sino encontrados durante alguna caminata, excursión o viaje. Salvo con los libros no tengo tema con los objetos industrializados.
¿La digresión que haces sobre los objetos es un ejercicio de autoconocimiento o para expandir la imaginación?
Sí, creo que eso pasa en cualquier escritor, pero de manera particular para el ensayista el tema es lo de menos. El tema es una puerta de entrada, una incitación o un punto de arranque. La exploración es en realidad lo apasionante. Sin embargo, tampoco es que solo me deje ir, también me interesaba en determinados casos, hablar de las repercusiones políticas de objetos como la botella de agua o la silla. Es muy fácil, con este tipo de textos, caer en odas o celebraciones, pero no quería eso. En general, los objetos tienen perfiles duales y me interesa reflexionar sobre eso.
¿Cuál de estos ensayos te llevó a algo que no estaba previsto?
Los relacionados con la iluminación artificial me descubrieron un mundo, en parte porque no sabía nada. Hay tres textos alrededor de este tema: el de la vela, el foco y el fuego. Leí varios libros sobre la conquista de la noche y realmente eso me llamó mucho la atención porque tiene que ver un poco con el capitalismo, con la revolución industrial y con la necesidad de una jornada laboral. Implicó cambiar los ritmos biológicos, el ciclo circadiano, es decir, nuestra relación con la energía.
Fetiches ordinarios tiene relación con varios de tus títulos, en particular con La historia descabellada de la peluca. Creo que podrías contar la historia del ser humano a partir del desarrollo de los objetos.
Sí, exactamente. De algún modo, este libro es como una especie de lado B del de la peluca. Aquí intenté hacer una lectura más amplia y desperdigada. Quería objetos que fueran lo suficientemente comunes como para que la gente se identificara.

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