“A las escritoras nos falta reírnos de nosotras mismas”: Nora de la Cruz

La escritora mexicana publica ‘Duerme, cicatriz’, una novela que cuestiona y acerca al dolor a través del humor y la ironía.

junio 5, 2025 1:21 pm Published by

Por Héctor González

A Nora de la Cruz (Estado de México, 1983) no se le da la seriedad, “en aras de la solemnidad se mantienen instituciones peligrosísimas”, argumenta la escritora y crítica literaria de You Tube. Pero ojo, no se confunda seriedad con profundidad, no en este caso. Eso es otra cosa y en estas lides la narradora no hace ninguna concesión

Su anterior novela ¡Te amaba y me chingaste!, la colocó en la órbita de las autoras mexicanas, siempre con buenos comentarios, condición que parece repetirse con Duerme, cicatriz (Tusquets), una novela profunda y provocadora donde habla de una mujer de casi cuarenta años que queda embarazada por primera vez.

Tengo entendido que para publicar Duerme, cicatriz te buscaron varias editoriales.

Sí, fue algo confuso. Siempre hay distractores que pueden hacerte caer en la tentación de la farándula y decir “ya la hice”. Cuando encontré lo que buscaba fue fácil tomar la decisión. Al percibir un entusiasmo genuino por parte del editor que finalmente se quedó la historia decidí, fue más sencillo.

Las buenas críticas que ha recibido tu trabajo, ¿no te han hecho perder el piso?

De pronto te mareas tantito, pero pronto me ubiqué. Yo empecé a publicar en editoriales pequeñas y muy dignas. Ahora estoy con Tusquets, pero también ya estoy llegando a los 42 años. No nací en ninguna delegación de la Ciudad de México, ni estudié en ningún colegio del sur de la ciudad, es más, no sabía ni que existía la carrera de Letras porque en mi contexto los profesionistas eran maestros, doctores y abogados. Tuve que salir de mi pueblo porque no había prepa cerca. Mis profesores de Derecho me sugirieron que como tenía facilidad para escribir y leer, que mejor estudiara Letras. Ya en la universidad me enteré de que existía el doctorado y fui descubriendo cosas poco a poco. Supongo que para alguien que nace dentro de una familia con dinero o dentro del medio es más fácil, porque desde chico abre su expediente, pero no fue mi caso.

¿De dónde te vino la vena literaria entonces?

Desde que aprendí a leer, siempre tuve curiosidad por las palabras. El chisme es mi pasión, todo lo que tenga que ver con la historia de vida de las personas, programas de entrevistas, desde Ventaneando hasta el que quieras. Me interesa el asunto humano y sus motivaciones. Mi papá era muy lector, en mi casa se carecía de cosas, no había lujos, pero sí libros. Crecí leyendo clásicos como Tolstoi y Dostoievski. Mis ingresos provienen de haber tomado esos libros. Mi papá leía cinco periódicos al día y nos enseñó a leer y a contrastar noticias. Salíamos del cine y nos invitaba a comentar la película. Supongo que eso influyó en que mi hermano fuera historiador y yo escritora.

Por eso tu novela esta escrita en tono de chisme…

Sí, pero así está escrita Ana Karenina, de Tolstoi. Las grandes novelas están escritas de esa manera.

Desde el inicio de la novela se nota que hay drama, pero también humor e ironía.

El inicio me costó mucho trabajo, lo cambié varias veces porque siempre me enojaba y terminaba hablando de cómo el cuerpo de la mujer es siempre el de la víctima, ya sea en las películas de terror o en la nota roja. Estamos acostumbrados a espectacularizar la victimización y la sangre de las mujeres. Pero al mismo tiempo las cuestiones obstétricas y ginecológicas siguen siendo tabú, secretas o vergonzosas.

¿Qué tanto dialoga el relato del libro con tu propia edad y vida?

El cuerpo de Elena es mi cuerpo, no hay manera de ocultarlo. Mi maestro Alberto Chimal dice que no hay otro lugar de donde tomar las historias que no sea la vida, aunque sean ficciones te atraviesan en tu cuerpo y circunstancia. Al escribir esta novela quise echar toda la carne al asador y hablar de preocupaciones que me cruzaron durante muchos años para abrirlas al diálogo. A veces pareciera que porque ya se habla de ciertos temas en el debate público ya están resueltos, y eso puede ser una trampa. Pareciera que, porque ya se habla de feminismo y otros temas, tenemos resueltas algunas cosas. Necesitamos abrir el cajoncito de las vergüenzas inconfesables. En mi generación todavía durante mucho tiempo buscamos la validación masculina o nos pusimos a dieta; todavía hay cosas que a las escritoras nos piden y que a los hombres nunca les pedirían.

Por ejemplo…

Una vez estábamos en la Feria del Libro del Zócalo, la mesa se llamaba algo así como Ser escritora en México, los varones que se asomaban entre el público decían que hubieran llevado a las guapas, no a las gorditas.

¿En cuestión de temas te piden algo?

No, tuve la fortuna de que a mí buscaron porque escribo de ciertas cosas y de cierta manera. He tenido la libertad de escribir y vivir como se me ha dado la gana, aunque a veces los costos han sido altos.

El cuerpo es uno de los temas de tu novela, ¿cómo cambió tu relación con tu cuerpo a partir de este libro?

Si no hubiera escrito este libro no me hubiera reconciliado con la cicatriz. La intervención quirúrgica sí la viví como algo traumático. Me costó acostumbrarme a la nueva versión de mi cuerpo; además, la vejez es todo un proceso que implica cambios físicos y que en más de un sentido se parece a la adolescencia, por eso me interesaba hacer ese paralelismo. Como dice Jung, todo el tiempo nos estamos convirtiendo en algo, cuando me muera se sabrá realmente que tipo de mujer fui. En gran medida sí representó un diálogo con mis vínculos, mi historia e identidad. Y eso es algo muy difícil para las mujeres porque nuestro cuerpo siempre está bajo vigilancia. Recorrer un camino para entender eso, fue mi gran descubrimiento con esta novela.

¿Y de reconciliación?

Siempre habrá tensión, las mujeres siempre somos cuerpos en tensión. Es imposible salirse del patriarcado, Occidente y todo eso, te mentiría si te dijera que después de esta novela nunca más me volví a poner a dieta. Pero sí puedes aprender a ser más consciente de esa tensión y a ser más compasiva. Ahora que las mujeres escribimos de cosas nuestras, se me acercan lectoras para compartirme sus experiencias, pero todavía muchas atraviesan sus problemas en silencio y sin atreverse a compartirlos siquiera con sus amigas.

¿La relación con la maternidad es una de ellas?

La maternidad es una de las cosas más difíciles de cuestionar incluso desde el feminismo. Siempre se termina por caer en terrenos resbaladizos. La mayor parte de las maternidades representadas son hetero, de gente blanca y clases privilegiadas. Mi historia es otra, cuando atravesé toda mi experiencia en el Seguro Social, estaba leyendo un libro sobre maternidades donde todo sucedía en el hospital ABC y con una dula. Nada que ver conmigo. Ya sabemos que la maternidad es un trabajo arduo y no pagado. Nos falta cuestionar que las supuestas maternidades libres y deseadas dentro del capitalismo.

También el aparato está diseñado para que sea así.

Claro, todavía hay gente que concibe la maternidad solo dentro de ciertas formas el matrimonio. Esta el lema: La maternidad será libre y deseada o no será, pero después sales a la calle y ves a una señora vendiendo chicles con tres bebés, y la gente se ofende porque dice que para que tiene hijos si no puede mantenerlos. ¿Qué tal si ella lo deseo realmente? Pareciera que solo se puede tener hijos bajo ciertas circunstancias económicas.

¿Cambió tu forma de ver la maternidad?

No lo sé, porque no fui madre. Lo que sí sé es que, entre mis amigas, las menos son madres. Tengo una amiga que sí eligió vivir su maternidad y tuvo el privilegio de tener una carrera profesional, escoger a su ginecólogo y que este le dijera, “mira, te quedó una rayita de la cesárea”. Creo que estamos viviendo una transición. La generación de mi mamá ni siquiera se lo cuestionaba, era una circunstancia que iba a llegar tarde o temprano, en la mía ya sabemos que podemos decidir, pero no siempre sabemos cómo tomar la decisión.

¿Desde el principio tuviste claro que habría humor e ironía?

No, al principio la historia se iba mucho por el lado oscuro y doliente. Para llegar a este tono influyeron varias cosas, una de ellas fue la serie Fleabag. Tengo un amigo colombiano que es un gran editor y que revisa hasta mi lista del super, cuando le comentaba que no estaba segura del tono me recomendó que viera esta serie y me encantó, solo que en mi caso el personaje termina embarazada y en el Seguro Social. Es decir, es alguien que no cumple con ninguna de las expectativas de la feminidad tradicional, pero de repente se ve ante las circunstancias de que es mujer. Por otro lado, también es verdad que el libro que más me ha funcionado es ¡Te amaba y me chingaste!, que es abiertamente absurdo. Un amigo economista del ITAM me dice, “si ahí no tienes competencia, pues ahí vas ganando”. A las escritoras nos da mucho miedo no ser serias. Nos falta reírnos de nosotras mismas, pero hacerlo es cuestionarnos. El tema es que ahorita estamos ávidas de que se nos tome en serio, y eso puede ser peligroso porque perdemos perspectiva para cuestionarnos y salirnos del personaje de la escritora e intelectual. La realidad nos está persiguiendo y necesitamos observar los problemas de frente, muchas veces nuestra mentalidad sigue siendo parte de ese problema. El humor hace falta porque en aras de la solemnidad se mantienen instituciones peligrosísimas.

Además, el humor desacraliza y baja la guardia.

En mi caso, más que desacralizar quería que el humor acercara. Si cuentas algo en tono de tragedia se singulariza. En la Poética, Aristóteles explica que la catarsis es compasión y terror, y eso genera cierta distancia. El humor asusta menos y hace que conectes más, también dice Aristóteles en la Retórica, que la risa es una aceptación tácita de una idea, por eso conviene usarlo en los discursos. Por eso acudí a él, pero a la vez supuso un reto atemperarlo porque quería que mis personajes no perdieran la dignidad ni que fueran una burla, me interesaba que las lectoras se sintieran cercanas a eso.

Y el humor puede ser subversivo.

Sí, pero también es peligroso en el sentido ético porque a veces la línea entre el humor y la violencia es muy fina. Como escritora esto es un gran reto, por eso disfruté Duerme, cicatriz, a pesar de que es libro doliente. Me divirtió trasgredir todo lo posible sin perder profundidad.

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