De la nación indispensable a la impredecible: Trump y la demolición del liderazgo global de Estados Unidos | Artículo
El doctor Daniel Zovatto realiza un balance de los primeros 100 días de la segunda presidencia de Donald Trump.

Por Daniel Zovatto*
La vieja frase de Lenin “hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas” no podría ser más oportuna para describir estas primeras 15 semanas de la segunda presidencia de Donald Trump. Cien días bastaron para dejar claro que su regreso a la Casa Blanca no es una simple continuación de su primer mandato, sino el despliegue de una revolución sistémica que desafía los pilares fundacionales de la democracia estadounidense, el orden liberal internacional y la globalización en los términos conocidos durante las últimas décadas. Nunca ha habido, en la historia reciente de Estados Unidos, 100 días con este nivel de aceleración, disrupción y caos.
En efecto, Trump 2.0 ha iniciado un preocupante y peligroso proceso acelerado de concentración de poder en el ejecutivo, choques institucionales sobre todo con los jueces, repliegue unilateralista del escenario internacional y guerra comercial que no solo ha agitado los cimientos internos de Estados Unidos, sino que también ha alterado el equilibrio geopolítico global e impactado negativamente en el crecimiento económico y el comercio mundial.
Su nivel de ambición y determinación parecieran no tener limites. En una reciente entrevista con The Atlantic expresó que “a diferencia de mi primer período en el que mis objetivos eran “gobernar Estados Unidos y sobrevivir”, en este segundo período, “yo dirijo el país y el mundo”.
1. Una revolución con alto riesgo autoritario
Con un Congreso sumiso -con ambas cámaras en manos de los republicanos-, un gabinete compuesto por leales incondicionales, un Partido Republicano convertido en instrumento de validación y un movimiento MAGA rendido a sus pies, Trump ha utilizado sus primeros 100 días para implementar 143 órdenes ejecutivas -muchas de ellas orientadas a rediseñar el aparato estatal y expandir el poder presidencial-, y 8 declaraciones de emergencia nacional.
Inspirado en una reinterpretación maximalista del poder ejecutivo —donde como dijo Nixon en su momento: “si el presidente lo hace, entonces es legal”—, Trump ha socavado el Estado de Derecho mediante el indulto masivo a los insurrectos del 6 de enero, la politización del Departamento de Justicia y la desobediencia sistemática a fallos judiciales. Sus ataques a universidades, medios de comunicación y abogados críticos, acompañados de amenazas de corte presupuestario y demandas multimillonarias, evocan tácticas propias de regímenes iliberales como los de Víctor Orban en Hungría o Erdogan en Turquía.
En migración, ha instrumentalizado el Alien Enemies Act de 1798 para justificar deportaciones sin debido proceso y el traslado de migrantes a cárceles extranjeras, como el penal salvadoreño de Bukele, al que ya se refiere como su “centro de detención en Centroamérica”. Esta semana, un juez federal (Fernando Rodríguez Jr., nombrado por Trump en su primera presidencia) frenó la deportación de venezolanos bajo esta ley, al considerar que el uso de esta norma de tiempos de guerra es ilegal en la actual coyuntura.
Por su parte, el nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), dirigido por Elon Musk, ha ejecutado despidos masivos y desmantelado agencias clave como la USAID, la Oficina de Protección Financiera del Consumidor y Administración del Seguro Social, entre otras, bajo la bandera de eficiencia, pero con claros objetivos de desarme burocrático e intimidación ideológica. Pese a que más de 250,000 personas han perdido su empleo, tienen riesgo de perderlo o han aceptado una indemnización por despido (según The New York Times), sus resultados no están a la altura de lo prometido: de un supuesto ahorro inicial de 2 trillones de dólares, luego se bajó a 1 trillón y actualmente se habla de 150 mil millones.
Resumiendo: los riesgos para el Estado de derecho, los derechos humanos, la libertad de expresión y la propia democracia estadounidense no podrían ser mayores. El proyecto V-DEM de la universidad sueca de Gotemburgo, acaba de proporcionar evidencia cualitativa del proceso continuo de fortalecimiento del poder ejecutivo en Estados Unidos durante los tres primeros meses del segundo gobierno de Trump. Los autores del citado informe señalan que Estados Unidos podría convertirse en el país que más rápidamente se autocratiza en la historia contemporánea sin que medie un golpe de Estado y que la segunda administración Trump ha acercado la democracia estadounidense a un colapso democrático.
2. El frente económico: proteccionismo extremo, mercados en alerta
El 2 de abril, Trump declaró su “Día de la Liberación” arancelaria con la imposición de “aranceles recíprocos”, desatando una guerra comercial sin precedentes que ha hundido los mercados financieros, disparado la inflación y elevado el riesgo país. El impacto inmediato fue el peor desempeño bursátil en un inicio presidencial desde el periodo de Gerald Ford. Y, a las pocas horas, abrió un período de suspensión por 90 días, salvo con China con quien escaló su ofensiva.
A pesar de estos retrocesos tácticos —como la suspensión temporal de algunos aranceles tras presiones del Tesoro y los mercados—, Trump ha insistido en sostener un modelo económico de confrontación, impulsado más por pulsiones políticas que por lógica técnica. La historia enseña que las guerras comerciales, lejos de ser eficaces, siempre han generado inestabilidad global. Asimismo, su intento de despedir a Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, y presionarlo para que reduzca la tasa de interés, refleja su desprecio por la autonomía institucional y su voluntad de subordinar la política monetaria a sus propuestas.
Los resultados a la fecha, como apunta Lawrence H. Summer, son preocupantes: “Probablemente estos han sido los primeros cien días menos exitosos de una presidencia en materia económica en el último siglo. Hemos visto caer el mercado bursátil, caer el dólar, aumentar las proyecciones de desempleo, aumentar las proyecciones de inflación, aumentar las probabilidades de una recesión. Hemos visto colapsar la confianza del consumidor. Hemos visto a las empresas retirar todas sus proyecciones anteriores de ganancias. Así que, estos han sido cien días desastrosos para la economía estadounidense.”
Por su parte, las encuestas son elocuentes a la hora de recoger el malestar social actual: solo un 33% aprueba su manejo de la inflación y de la política arancelaria, mientras que más del 55% lo desaprueba. La promesa de “Make America Great Again” se topa con una economía desacelerada. Según la Fed de Atlanta, en el primer trimestre de 2025 la economía de EUA registró un crecimiento negativo del -0.3%, la primera desaceleración de los últimos tres años. Además, existe el riesgo de un aumento de la inflación lo que golpeará directamente a los consumidores provocando una pérdida de confianza que erosiona su base electoral y de apoyos más allá del núcleo duro de MAGA.
3. Tres vectores de resistencias: mercado, jueces y opinión pública
Si bien el Congreso y la oposición demócrata han ofrecido de momento escasa resistencia, los verdaderos frenos a la revolución MAGA provienen hoy de tres actores principales: los tribunales, los mercados y la opinión pública.
Los tribunales, como ya señalamos, han empezado a emitir fallos contrarios a deportaciones arbitrarias y al uso abusivo de poderes de emergencia. La reacción de Wall Street ante la incertidumbre económica ha forzado ajustes en política comercial. Y las encuestas reflejan un declive sostenido: la aprobación de Trump oscila entre 39% y 45%, con picos de desaprobación que van desde el 55% hasta el 59%. A la luz de estos números, Trump es el presidente más impopular en sus primeros 100 días en los últimos 70 años.
“¿Afectarán los malos números a Trump y lo llevarán a ajustar sus políticas? Tal vez -señala Michael Shifter-, en cierta medida. El problema, sin embargo, es que incluso si se inclina hacia una u otra dirección, seguirá siendo, como siempre lo ha sido, impredecible —difícilmente una receta para generar mayor confianza—. Es posible que más republicanos en el Congreso, que podrían enfrentarse a votantes descontentos en las elecciones de noviembre del próximo año, comiencen a distanciarse de Trump y a contenerlo, intentando frenar el autoritarismo en casa y el aislamiento en el mundo”.
4. Política exterior: de la hegemonía liberal al aislacionismo autoritario
Trump ha sustituido el liderazgo global por el chantaje bilateral. Su política exterior descansa sobre una lógica de transacciones inmediatas, grandes potencias, zonas de influencia, desdén por el multilateralismo y desprecio por el derecho internacional. Ha debilitado la OTAN, desatendido a Ucrania, amenazado con anexiones territoriales como Groenlandia o el Canal de Panamá, y deteriorado aún más las relaciones con vecinos y socios como Canadá (a quien le propone convertirse en el estado 51 de los EUA) y México.
El nuevo orden trumpista es una jungla geopolítica multipolar, donde cada potencia (EUA, China y Rusia) debe dominar su esfera. Para Trump el mundo se divide en dos tipos de países: los que “tienen las cartas” y los que no. Bajo esta lógica, el poder duro —económico, militar, coercitivo— es el único lenguaje aceptable. El poder blando, la diplomacia multilateral y los valores democráticos son considerados vestigios del globalismo derrotado.
No está claro aún cuáles van a ser las consecuencias de esta estrategia basada en el poder duro. De momento, el resultado ha sido una acelerada pérdida de la credibilidad, influencia y liderazgo global de Estados Unidos, no como consecuencia de la acción de sus rivales, sino debido a un daño autoinfligido. Como afirmó recientemente el ministro de Defensa de Singapur: “Estados Unidos pasó de ser un libertador, a un gran disruptor, y hoy se comporta como un casero que solo busca cobrar la renta”.
5. América Latina: disciplinamiento y fragmentación
A diferencia de su primera presidencia, durante la cual Trump prácticamente ignoró a nuestra región, en cambio, desde el inicio de su segundo mandato, América Latina ha adquirido una visibilidad inédita en materia de política exterior.
En estos primeros cien días, el mandatario norteamericano ha situado a Latinoamérica en el centro de una agenda fundamentalmente coercitiva y negativa. La estrategia privilegia el disciplinamiento por encima de la cooperación, con muchas amenazas y castigos, pero escasos incentivos, salvo para los presidentes próximos a él.
En buena medida, como expresan algunos analistas (Juan Gabriel Tokatlián), Trump utiliza a la región como un banco de ensayo para su política exterior: qué funciona y qué no funciona. Las medidas adoptadas —desde la militarización de la frontera, las deportaciones masivas, el combate al fentanilo y a los carteles -a los cuales ha declarado grupos terroristas-, hasta la imposición de aranceles y los rumores de intervenciones— han tensado las relaciones hemisféricas. Un objetivo central desde el ángulo de la geopolítica ha sido contener al máximo la presencia e influencia de China en la región. Esta es la pelea de fondo que aún está en sus primeras etapas.
Para implementar esta política, Trump ha designado a figuras con conocimiento del hemisferio, como el Secretario de Estado Marco Rubio y a Mauricio Claver-Carone -enviado especial para América Latina-, encargados de ejecutar una estrategia dual: presión sobre gobiernos críticos y cooptación de aliados.
En esta primera etapa, las consecuencias sobre los países latinoamericanos ha sido diversa. México, como era previsible, ha concentrado la mayor presión, pese a los esfuerzos y concesiones de su presidenta. El FMI proyecta una contracción del PIB del -0,3% para 2025. Panamá también ha sido objeto de una presión constante, en particular por su papel estratégico en el tránsito global a través del Canal y por su posición en la ruta migratoria.
En paralelo, líderes ideológicamente afines, como Javier Milei, Nayib Bukele y Daniel Noboa, han sido premiados simbólicamente por su cercanía con Washington, en el marco de una lógica de “alineamiento funcional”: respaldo político y financiero a cambio de lealtad estratégica.
Empero, el alcance de esta estrategia comienza a enfrentar límites. América Latina está profundamente dividida y muchos gobiernos practican una diplomacia ambigua, que combina gestos hacia Washington con el fortalecimiento de lazos con China, la UE y el bloque BRICS, entre otros actores. En efecto, varios países de América del Sur (Brasil, Chile, Perú, entre otros) tienen niveles moderados de comercio con EUA pero relativamente altos con China. Para estos, no será sencillo romper lazos con el gigante asiático.
Resumiendo: en estas primeras 15 semanas han predominado en la mayoría de los casos, respuestas individuales y esquemas de negociación bilaterales que han buscado acomodarse o subordinarse a las agendas impuestas desde Washington. El objetivo principal ha sido evitar confrontar abiertamente con Trump. Sin embargo, poco a poco, algunos países de la región han comenzado a ensayar algunas respuestas de coordinación y contención: diversificación de socios comerciales, revitalización de esquemas de integración regional y una reafirmación del principio de soberanía. En este nuevo escenario hemisférico, los efectos económicos (menor crecimiento, distorsiones en los mercados) y sociales (crisis migratoria agravada, reducción de la cooperación internacional) están dejando huellas profundas. Además, las demandas de soberanía y dignidad nacional siguen siendo un motor potente de movilización social cuando las acciones de Estados Unidos son percibidas como humillantes o intervencionistas.
Reflexión de cierre
La segunda presidencia de Donald Trump no representa un simple paréntesis en la historia institucional de Estados Unidos, sino una mutación estructural de largo alcance. El intento sistemático de subordinar el orden republicano a la voluntad presidencial, la demolición de agencias clave del Estado, la utilización de la política exterior para desmantelar el orden liberal internacional y reemplazarlo por uno basado en el poder duro, la ruinosa guerra comercial iniciada y la deriva autoritaria en el ejercicio del poder marcan un punto de quiebre con la tradición democrática liberal que definió al país durante más de siete décadas.
La imagen del águila herida que ilustró la portada de The Economist resume el momento con elocuencia: Estados Unidos ha perdido previsibilidad, liderazgo y credibilidad. Ya no es el actor estabilizador del orden internacional, sino un epicentro de inestabilidad global. Asimismo, y en el terreno financiero, ha dejado de ser el ancla para convertirse en un factor de riesgo. Resultado de todo ello, no estamos ante el surgimiento de una nueva era de prosperidad americana; estamos viendo en cambio el nacimiento de un ciclo de aislamiento y de daño económico autoinfligido.
La gran incógnita es si estamos frente a una disrupción reversible o ante una transformación profunda y duradera. ¿Es Trump una anomalía pasajera que será corregida en las próximas elecciones, o el síntoma de una decadencia estructural del orden liberal estadounidense? Es muy temprano ofrecer a esta altura una respuesta definitiva. Pero sí cabe formular una advertencia: restaurar lo dañado exigirá mucho más que un cambio electoral. Se requerirá una reconstrucción paciente y sostenida de la institucionalidad democrática, del pacto republicano y de un liderazgo comprometido con el interés público, no con la revancha personal.
Mientras tanto, América Latina —y el mundo entero— observan con preocupación una Casa Blanca convertida en fuente de incertidumbre geopolítica y guerra comercial. La “nación indispensable” se ha vuelto una nación impredecible. Y su repliegue unilateral está dejando espacios abiertos que otros actores, particularmente China, no dudan en ocupar.
Como bien advirtió Martin Wolf recientemente en el Financial Times: “Un Estados Unidos que reemplaza el Estado de derecho y la Constitución con un capitalismo clientelista y corrupto no superará a China. Un Estados Unidos puramente transaccional no recibirá el respaldo pleno de sus aliados. El mundo necesita un Estados Unidos que compita y coopere con China. Pero este Estados Unidos, lamentablemente, fracasará en ambos frentes”.
La advertencia está lanzada. El desenlace, aún en disputa. Los próximos 100 días serán clave para tener una mejor idea de si este proyecto disruptivo y caótico se consolida o si, por el contrario, los actuales y nuevos contrapesos lo comienzan a limitar con mayor fuerza.
*El autor es Co-director de Radar Latam 360

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